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sábado, 26 de junio de 2010

Mademoiselle Dorleac

En ocasiones puede ser una ventaja que se alarguen las cosas. Algo así me pasó con Catherine Deneuve. Durante años, en los 80, la imagen (y la información) que tenía de ella procedía de sus apariciones en el ¡Hola! del brazo de Yves Saint Laurent en los desfiles parisinos cuando no de las fotos publicitarias de su perfume.

La consideraba una actriz francesa retirada hasta que la vi en Indochina (1992). La película en sí es la versión franco-manglaresca de Memorias de África que no despierta demasiado interés por sí misma. Es la fotografía y sobre todo las interpretaciones (la de Deneuve y la de Vincent Perez por entonces liado con Carla Bruni fue la razón de que viera la película). Años después descubrí el rol con esa extraña combinación de gelidez y sensualidad que desplegó la Deneuve en los 60. La vi en Belle de Jour y en Tristana.

Hace un par de años leo sobre su hermana Françoise Dorleac. Y a los pocos meses me entero que echan Les demoiselles de Rochefort en el cineclub de la Ugt. Supe de golpe de la existencia de la hermana, de la actriz y de su trágica desaparición.

Françoise Dorleac era la hermana mayor de Catherine Deneuve. Hija de actores, nació en 1942. Muy pronto deja el instituto y se inscribe en el conservatorio desde donde dará el salto al cine, desfilando también para Christian Dior. En 1964 le llega su primera gran oportunidad y a partir de entonces es requerida por Truffaut y Polanski, entre otros, que modelan su registro de mujer vivaz y elegante a la vez en películas emblemáticas como La peau douce (La piel dura) y Cul de sac (Callejón sin salida).

Animó a su hermana pequeña, Catherine (quien tomó el apellido de soltera de la madre) a que se iniciara como actriz. Juntas coprotagonizarían la chispeante y no menos kitsch Las señoritas de Rochefort. Es un musical atípico aunque esté lleno de topicazos: en la Francia de los años 60 Jacques Demy se empeña en homenajear a los musicales americanos, se trae a Gene Kelly como no podía ser menos (fue Un americano en París) y le suelta dos pelucas y dos mandolinas a las hermanas que si no llegan a ser más que encantadoras y suficientemente diferentes entre sí habrían quedado como las Pili y Mili gabachas (sin menoscabo de las Pili y Mili patrias, binomio inseparable y regocijante que adoro).

Recuerdo que cuando vi la película, una vez que superé el estado ojiplático que me dejaba ver aquel estallido de color, de candor y de encanto de villa marítima, me fijaba alternativamente en una y otra hermana, muy parcidas y distintas a la vez. Primero me fijaba en Catherine que parece por momentos más resuelta de lo habitual. Pero no encajaba del todo en el papel de adolescente pizpireta. Luego me fijaba en Françoise, de rasgos más desiguales pero de mirada subyugante. Tampoco me parecía encajar en la edad. Pero esa era lo de menos, parecían dos damas de la escena que rememoraban sus andanzas juveniles muchos ante de que alcanzaran una merecida fama.



Françoise Dorleac falleció en un accidente de tráfico, el 26 de junio de 1967, tal día como hoy. Hacía dos meses que se había estrenado la película y se dirigía al aeropuerto de Niza para tomar un vuelo a Londres para asistir al estreno de la que se convirtió en su última película El cerebro de un millón de dólares. Tenía 25 años. Como dato espeluznante murió carbonizada y el cuerpo quedó tan irreconocible que sólo supieron de ella por un trocito de dni.

Una vida truncada que marcó a su hermana Catherine y a compañeros como el propio Truffaut (quien dirigió a las dos) y una carrera interrumpida que había tenido un despegue espectacular: 20 filmes en 8 años, con renombrados directores.

Dicen de Françoise Dorleac quienes la conocieron que era divertida, de risa fácil, fuerte pese a su aparente fragilidad y con ideas muy claras sobre sus personajes, no era infrecuente que al rodar preguntara muy a menudos sobre los mismos.

No he visto su última película, del bizarro Ken Russell. El tiempo juega a mi favor para descubrir y disfrutar de esta actriz francesa cuyo rostro no envejeció en la pantalla ni en nuestras retinas pero cuya vida debió alargarse.

* Post relacionado: El increíble encanto de Roger Vadim

5 Comments:

Sabor Añejo said...

Que historia tan triste. Yo no tenía ni idea de la existencia de Fraçoise. Era preciosa, y por lo que entiendo, una gran actriz.

Una pena su pérdida.

Un abrazo

Zinquirilla said...

SABOR AÑEJO durante años yo tampoco supe de su existencia.

Un abrazo a ti también.

Magamerlin said...

Pobre mujer, que final tan triste, por lo menos tienen esas imágenes para recordarla para siempre y cumplió su sueño de ser actriz.
Besos, hasta pronto.

Dirty Clothes said...

Uolas Zinquirilla, que bien pasar por tu blog y que justo sea un post sobre cine...

no conocía la existencia de la hermana de Catherine, no sé con la biografía que tiene por qué no estan conocida como su hermana, quizás porque por desgracia vivió poco...

me han dado muchas ganas de ver las películas que mencionas en el post, a ver si tengo oportunidad...

dirty saludos¡¡¡¡¡¡

Eduardo Fuembuena said...

Desde hace unos cuantos años admiro a esta actriz. Me alegra mucho que le dediques un artículo.

Era completamente opuesta a su hermana pero con talento, lo que me hace llegar a la conclusión de que hubiese seguido recibido papeles importantes.

La película de Ken Russell es críptica y confusa pero tiene grandes momentos, además de una imagen muy lograda.

Saludos!

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