Hoy me permito la licencia de tocar un tema de esos considerados frikis, sobre los "triunfitos" para ser exactos. Pensarán que me he dejado contagiar por la tarde eurovisiva con que la tele pública quiere adobarnos (o amodorrarnos aún más después del dewater de esta semana).
Hace meses, desde septiembre para ser exactos, que no veo la tele por la noche. La tele en cuanto al aparato porque mis shares sobre series televisivas (yankees, ofcors) en esta tercera edad de oro que está viviendo la Televisión (inconmensurable el caudal de Hbo), están al rojo vivo. Me planifico la semana alternando sitcom geniales como Me llamo Earl o Cómo conocí a vuestra madre (desde septiembre pendiente un post sobre Barney) con reposiciones o descubrimientos como Los Soprano o esa soap opera maestra de Dinastía, hasta los estrenos (a fecha Usa) de Dollhouse o True Blood.
Todo son ventajas teniendo en cuenta que puedo madrugar habiendo disfrutado de un ratico agradable y de que mi tele (el aparato) está tan birriosa que no se coge la mayoría de cadenas, por no hablar de que me quedé sin mando a distancia y por flojera sólo veo los telediarios de la primera, único programa de televisión que veo a su hora.
Hubo un programa que me hubiera interesado, Los mejores años, pero no tiene nada qué hacer mientras perduren en el recuerdo los revival que hacía cada verano de relleno Guillermo Summers con la chica florero de turno.
Mi rutina invernal ha consistido en llegar en torno a las 9.15 del trabajo, oir las noticias mientras me duchaba y al alir, apagar la tele y ponerme a cenar con mis series. Un día empezó este programa y pese a las canciones, comprobé lo malísimo que era. Desde el formato concursero-gamberrete de la patulea de acnés post 1995 hasta la sosa combinación de un Carlos Sobera sin tics de cejas y un histriónico Ángel Llácer que ni tiene conocimientos ni bagaje para comentar la música de los años que van de los 50 a los 90. Ya avisaron en ¿Qué fue de...? donde ofrecen todo lo que no tiene este programa.
En definitiva, un desastroso contenedor a donde han tirado triunfitos de época pasadas en revoltijo de ediciones y hasta de cadenas que ni gusta ni ofrece nada a los que nos gusta esa música y recordarla continuamente.
Y para colmo, ese día tocaba cantar el Obi, oba, cada día te quiero más de los Gipsy Kings como aquella a la que hemos madado a Rusia (bien lejos, ¿nop?), con un yeísmo salivero ridículo.
Y buscando el video para ponerlo como prueba, me entero que es la versón djobi djoba. Si es que no hay nada que estos chicos dejen sin trastear.
Hace meses, desde septiembre para ser exactos, que no veo la tele por la noche. La tele en cuanto al aparato porque mis shares sobre series televisivas (yankees, ofcors) en esta tercera edad de oro que está viviendo la Televisión (inconmensurable el caudal de Hbo), están al rojo vivo. Me planifico la semana alternando sitcom geniales como Me llamo Earl o Cómo conocí a vuestra madre (desde septiembre pendiente un post sobre Barney) con reposiciones o descubrimientos como Los Soprano o esa soap opera maestra de Dinastía, hasta los estrenos (a fecha Usa) de Dollhouse o True Blood.
Todo son ventajas teniendo en cuenta que puedo madrugar habiendo disfrutado de un ratico agradable y de que mi tele (el aparato) está tan birriosa que no se coge la mayoría de cadenas, por no hablar de que me quedé sin mando a distancia y por flojera sólo veo los telediarios de la primera, único programa de televisión que veo a su hora.
Hubo un programa que me hubiera interesado, Los mejores años, pero no tiene nada qué hacer mientras perduren en el recuerdo los revival que hacía cada verano de relleno Guillermo Summers con la chica florero de turno.
Mi rutina invernal ha consistido en llegar en torno a las 9.15 del trabajo, oir las noticias mientras me duchaba y al alir, apagar la tele y ponerme a cenar con mis series. Un día empezó este programa y pese a las canciones, comprobé lo malísimo que era. Desde el formato concursero-gamberrete de la patulea de acnés post 1995 hasta la sosa combinación de un Carlos Sobera sin tics de cejas y un histriónico Ángel Llácer que ni tiene conocimientos ni bagaje para comentar la música de los años que van de los 50 a los 90. Ya avisaron en ¿Qué fue de...? donde ofrecen todo lo que no tiene este programa.
En definitiva, un desastroso contenedor a donde han tirado triunfitos de época pasadas en revoltijo de ediciones y hasta de cadenas que ni gusta ni ofrece nada a los que nos gusta esa música y recordarla continuamente.
Y para colmo, ese día tocaba cantar el Obi, oba, cada día te quiero más de los Gipsy Kings como aquella a la que hemos madado a Rusia (bien lejos, ¿nop?), con un yeísmo salivero ridículo.
Y buscando el video para ponerlo como prueba, me entero que es la versón djobi djoba. Si es que no hay nada que estos chicos dejen sin trastear.
(aparece al final, hacia el minuto 3.30)