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Siempre recibimos cuando damos.

Una canción

viernes, 21 de mayo de 2010

¡ Feliz en mi día !

Hoy es mi santo.

Sí, ya sé que hace poco fue mi cumple. Se me acumulan las felicitaciones y los regalos pero luego viene la sequía (hasta Reyes, nada xD).

Cae en un viernes que ya he planeado, o más bien he encadenado: cervecita con los compañeros del trabajo, café con mi hermana y cañas con las amigas. No está mal. Mi hermana me ha felicitado hace poco con un sms (solemos hacerlo a partir de las 12 de la noche) y en cuanto a los regalos, mi padre fiel a su costumbre, ya me ha dejado dinero en un sobre encima de la mesa (como estoy despierta, ya lo he visto, menos mal que no son los reyes xD). El resto, será sorpresa.

Me gusta mi nombre y me gusta celebrar mi onomástica. Así que lo comparto en el blog con Cine y Literatura de dos tocayas:



"Las olas" Virginia Woolf (1931)

El sol no había nacido todavía. Hubiera sido imposible distinguir el mar del cielo, excepto por los mil pliegues ligeros de las ondas que le hacían semejarse a una tela arrugada. Poco a poco, a medida que una palidez se extendía por el cielo, una franja sombría separó en el horizonte al cielo del mar, y la inmensa tela gris se rayó con grandes líneas que se movían debajo de su superficie, siguiéndose una a otra persiguiéndose en un ritmo sin fin. Al aproximarse a la orilla, cada una de ellas adquiría forma, se hinchaba y se rompía arrojando sobre la arena un delgado velo de blanca espuma. La ola se detenía para alzarse enseguida nuevamente, suspirando como una criatura dormida cuya respiración va y viene inconscientemente.

Poco a poco, la franja oscura del horizonte se aclaró: se hubiera dicho un sedimento depositado en el fondo de una vieja botella, dejando al cristal su transparencia verde. En el fondo, el cielo también se hizo translúcido, cual si el sedimento blanco se hubiera desprendido o cual si el brazo de una mujer tendida debajo del horizonte hubiera alzado una lámpara, y bandas blancas, amarillas y verdes se alargaron sobre el cielo, igual que las varillas de un abanico.

Enseguida la mujer alzó más alto su lámpara y el aire pareció dividirse en fibras, desprenderse de la verde superficie en una palpitación ardiente de fibras amarillas y rojas, como los resplandores humeantes de un fuego de alegría. Poco a poco las fibras se fundieron en un solo fluido, en una sola incandescencia que levantó la pesada cobertura gris del cielo transformándola en un millón de átomos de un azul tierno. La superficie del mar fue adquiriendo gradualmente transparenciay yació ondulando y despidiendo destellos hasta que las franjas oscurasd esaparecieron casi totalmente.

El brazo que sostenía la lámpara se alzó todavía más, lentamente, se alzó más y más alto, hasta que una inmensa llama se hizo visible: un arco de fuego ardió en el borde del horizonte, y a su alrededor el mar ya no fue sino una sola extensión de oro. La luz golpeó sucesivamente los árboles del jardín iluminando una tras otra las hojas, que se tornaron transparentes. Un pájaro gorjeó muy alto; hubo una pausa: más abajo, otro pájaro repitió su gorjeo. El sol utilizó las paredes de la casa y se apoyó, como la punta de un abanico, sobre una persiana blanca; el dedo del sol marcó sombras azules en el arbusto junto a la ventana del dormitorio. La persiana se estremeció dulcemente. Pero todo en la casa continuó siendo vago e insustancial. Afuera, los pájaros cantaban sus vacías melodías. "

"The waves"

The sun had not yet risen. The sea was indistinguishable from the sky, except that the sea was slightly creased as if a cloth had wrinkles in it. Gradually as the sky whitened a dark line lay on the horizon dividing the sea from the sky and the grey cloth became barred with thick strokes moving, one after another, beneath the surface, following each other, pursuing each other, perpetually.

As they neared the shore each bar rose, heaped itself, broke and swept a thin veil of white water across the sand. The wave paused, and then drew out again, sighing like a sleeper whose breath comes and goes unconsciously. Gradually the dark bar on the horizon became clear as if the sediment in an old wine-bottle had sunk and left the glass green. Behind it, too, the sky cleared as if the white sediment there had sunk, or as if the arm of a woman couched beneath the horizon had raised a lamp and flat bars of white, green and yellow spread across the sky like the blades of a fan. Then she raised her lamp higher and the air seemed to become fibrous and to tear away from the green surface flickering and flaming in red and yellow fibres like the smoky fire that roars from a bonfire. Gradually the fibres of the burning bonfire were fused into one haze, one incandescence which lifted the weight of the woollen grey sky on top of it and turned it to a million atoms of soft blue. The surface of the sea slowly became transparent and lay rippling and sparkling until the dark stripes were almost rubbed out. Slowly the arm that held the lamp raised it higher and then higher until a broad flame became visible; an arc of fire burnt on the rim of the horizon, and all round it the sea blazed gold.

The light struck upon the trees in the garden, making one leaf transparent and then another. One bird chirped high up; there was a pause; another chirped lower down. The sun sharpened the walls of the house, and rested like the tip of a fan upon a white blind and made a blue finger-print of shadow under the leaf by the bedroom window. The blind stirred slightly, but all within was dim and unsubstantial. The birds sang their blank melody outside.

He puesto el comienzo de la novela pero hay un fragmento en boca de Rhoda que me gusta. Es un personaje que rehúye de todo compromiso y busca la soledad, en realidad es un trasunto de la propia Virginia.

"Todos mis buques son blancos. No quiero los pétalos rojos de los geranios y de las malvas del huerto. Quiero pétalos blancos que floten cuando inclino el cuenco. He recogido los pétalos y los he puesto a nadar. Aquí pondré un faro. Y ahora voy a balancear mi cuenco castaño de un lado a otro, para que mis barcos naveguen con oleaje. Algunos se hundirán. Algunos se estrellarán contra los arrecifes. Uno navega sólo. Este es mi barco. Penetra en las heladas cavernas en las que ladra una foca, y cadenas verdes pendientes de las estalactitas se balancean. Se alzan las olas. Sus crestas se enfurecen, fíjate en las luces de los mástiles. Se han desperdigado, han naufragado, todos salvo mi buque, que remonta la ola y se desliza en la galerna y llega a las islas en las que los papagayos parlotean y las lianas..."


jueves, 21 de mayo de 2009

La muerte de Virginia

Original acero grabado según G. Guillon Lethière, grabado por Manceau. 1838

Los primeros años de la República Romana, acaecida en el año 509 a.C. tras la abolición de la monarquía etrusca de los Tarquinos, asisten a la cada vez más pujante confrontación entre patricios y plebeyos. Los primeros como detentores de la oligarquía acaparan todos los privilegios por lo que los segundos se amotinan. No estamos más que ante una lucha de clases que persistirá en la Historia.

Los plebeyos conseguirán tener sus propios representantes frente al Senado, los Tribunos de la Plebe, en número par, con derecho a veto de las decisiones senatoriales o de los Magistrados (primero de los Cónsules y luego del resto).

Momentáneamente, Roma tuvo que atender sus guerras con los pueblos vecinos, algunos de ellos considerados veteres hostes romanorum (enemigos eternos) como los volscos, auruncos y otros como los sabinos o ecuos de los que llegaban alarmantes noticias de ataque. En la derrota a los volscos destacará el cónsul Aulo Verginio, quien será enviado por el Senado para tratar con la plebe.

Cicerón hablando al Senado, C. Maccari

Los plebeyos, acuciados por la hambruna prolongada de tantos decenios, habían conseguido organizarse bajo el liderazgo de Sicinio y en lo que se conoce como la Rebelión de la Plebe en el año 493 a.C., se instalaron en el Monte Sacro a orillas del río Anio (*). Algunos se quedaron en la ciudad pero fueron mayoría los que se marcharon al campamento fortificado al efecto, en lo que constituía una clara secesión. Los patricios sintieron entonces la necesidad económica que tenían de la plebe y el Senado reacciona enviando una serie de cónsules para que medie en el conflicto. El elocuente Menenio Agripa pronunciará un famoso discurso que ha sido objeto de numerosos análisis, desde la Antigüedad, por el alto significado político que tiene su Apólogo, con el que logra su objetivo conciliador.

La plebe se reintegra en Roma tras conseguir tener sus propios representantes, elegidos entre ellos mismos y que ningún patricio pueda desempeñar la nueva magistratura, pues la defensa de los intereses del grupo social radica en la denominada ley sacra:

"Que nadie obligue a un tribuno de la plebe a hacer algo contra su voluntas, como si se tratara de una persona cualquiera, ni lo golpee, ni ordene a otro que lo haga, ni lo mate ni ordene matarlo. Si alguno viola alguna de estas prohibiciones, sea expulsado como impío y sus bienes consagrados a Ceres; y el que mate a alguno de los que realicen estos actos, quede libre de culpa".

Los primeros Tribunos de la Plebe fueron Cayo Licinio y Lucio Albino (que reclutaron como ayudante (**) a Sicinio, el líder de la sedición) y tenían como atribuciones: prestar ayuda a cualquier ciudadano y rescatarlo de manos de un magistrado que intentara arrestarlo o castigarlo, vetar cualquier disposición de los magistrados, convocar y consultar al Senado, pedir que éste promulgara leyes (senatum consultum), reunir la asamblea del pueblo y proponer plebiscitos.

Una de las reivindicaciones de los plebeyos era la de mayor transparencia legal. Desde una perspectiva histórica, no podemos perder de vista el momento aún de formación en que se encuentra Roma, por eso es interesante constatar la resolución senatorial que se adoptó, la de enviar tres magistrados a la Magna Grecia (sur de Italia) a estudiar las leyes de Solón. La influencia griega es decisiva en el grupo de diez legisladores, los Decemviri, que dirigidos por el cónsul Apio Claudio, redactaron la Ley de las Doce Tablas. Es el código jurídico romano más antiguo, redactado en torno al año 450 a.C. Con este texto se puede afirmar que nace el Estado romano, en un concepto aproximado al que entendemos hoy día y que en él se encuentra el embrión de la civitas o ciudadanía romana, la base del Derecho Romano. No se conserva el texto original, si bien es conocido gracias a numerosas referencias.

No desaparecerán, desde luego, las tensiones sociales, pero la estabilidad que gana la república romana logra contentar a ambos. Los plebeyos conseguirían posteriormente la concesión de celebrar plebiscitos (plebe scita, resolución del pueblo) y levantar el templo de Ceres, como forma de identidad colectiva; y los decemviros aumentarían su estatus al integrarse en la carrera de magistratura.

El prestigio de Apio Claudio era ampliamente reconocido pues gozaba del favor de los patricios, en su condición de tal y de la amistad de los plebeyos tras proponer su inclusión como nuevos decemviros. Pero no convocó a la Asamblea plebeya para aprobar las nuevas tablas (dos que se sumaban a las diez primitivas) y su comportamiento pronto mostraría su lado más tiránico. Se hizo con el poder de Roma y en unos años se sucedieron las confiscaciones, los asesinatos y la violencia en general.

Es bien sabido que quien otorga la ley abusa de ella. Es la vil estratagema que empleó Apio Claudio cuando se enamoró de la hermosa joven, Virginia. Aprovechándose de que el padre, Lucio Verginius estaba ausente (como centurión, se encontraba en campaña), quiso hacerse con ella por medio de un amigo que la reclamaría como esclava. Enterados los familiares y el prometido de la joven, Icilio, tribuno de la plebe, se formó un tumulto oponiéndose a tal afrenta y reclamando que el padre pudiera defender sus derechos. La joven plebeya por sí misma en su condición de mujer, nada podía hacer. Apio Claudio la retuvo en su casa donde la violó.

Avisado a toda prisa, logró llegar al día siguiente Lucio Verginio ante el tribunal que deliberaría el caso. Apio Claudio proclamó que había que aplicar la ley, en virtud de la cual, siendo Virginia esclava de Marco Claudio, era propiedad de éste, el cuál podía vendérsela o disponer de ella como quisiera. Preguntado Marco Claudio al respecto corroboró palabra por palabra el perjuro de su amigo y el tribunal acabó dándole la razón a Apio Claudio. Creíase este victorioso y dispuesto a tomar a la joven, no contó con la desesperación de un padre ante la afrenta a su hija.

Le hundió un puñal en el pecho, quedando muerta Virginia allí mismo, entre todos los presentes. Era el año 449 a.C. Doscientos años antes, Lucrecia, con su violación y muerte simbolizaba el fin de la monarquía. Parece que siempre haya una mujer cuyo sacrificio sirva de expiación a pecados de la Historia.

La muerte de Virginia, dibujo de Poussin, 1636

Apio Claudio esquivó el segundo golpe y huyó haca el monte Aventino. Fue tal la la indignación y la consternación de la plebe, que se sublevaron contra los decemviros mientras volvían a sitiarse en el Monte Sacro. A Roma llegan refuerzos de los decemviros que no logran imponerse. El Senado interviene. Acuerda con los plebeyos una amnistía general, la restitución de dos Tribunos de la Plebe a los que se suman dos Pretores y destituye a los decemviros. Apio Claudio (***) fue arrestado y muere en prisión, donde se cree que se suicida. Se fortalece una vez más la República, que ad portas del siglo III a.C logra una sólida organización institucional.

De estos hechos, sin duda, envueltos en leyenda, tenemos conocimiento primordialmente a través de Tito Livio. Cicerón lo cita tal cual en su obra De los fines de los bienes y los males. Y el Marqués de Santillana recuerda en un soneto la belleza de Virginia.


Cada 21 de mayo suelo acordarme de esta joven romana y su fatal desenlace propio de una mártir aunque no sea la virgen homónima que recoge el martiriólogo católico hoy. Desde aquí un saludo a todas mis tocayas. Cómo regalo, la inquietante Patricia Highsmith nos dedicó su primera novela.

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(*) El 15 de agosto de 1805, Simón Bolívar pronunciará su Juramento de Roma en el mismo escenario.

(**) En los asistentes del Tribuno de la Plebe, se encuentra el origen de los Ediles (etimológicamente procede de Aedes, del Templo de Ceres) que empezaron con esa función, aunque no reconocidos por el Senado y que evolucionaron hacia un tipo de magistratura menor
de patricios con funciones similares lo que daba pie a confusiones entre ambos.

(***) Apio Claudio Craso Inregilense Sabino (en latín Appius Claudius Crassinus Inregillensis Sabinus). En la wikipedia aparece este personaje, pero de forma errónea atribuyen su destitución a Verginius. He editado el artículo añadiendo datos historiográficos.

miércoles, 21 de mayo de 2008

¡ Feliz en tu día !


21 de mayo: Santa Virginia

Aún resuenan los ecos del cumple, como pasa siempre con celebraciones tan próximas. El resto del año, de aquí hasta los Reyes, sin regalos :D

Pero los de hoy que comparto en el blog son estos:


* El maestro del suspense, se aviene a impartir una lección de cine:







* Mikel Erentxun comenta una actuación de su concierto al que asistí en San Sebastián:







Pues eso, a celebrarlo, que mañana es fiesta................


(del montaje de la foto no me hago responsable, jeje)

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