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martes, 23 de febrero de 2010

El lugar de las ideas (1ª parte)

Ejecutoria de hidalguía ofrecida por Felipe II a los hermanos Gascón (1569). Archivo de Simancas.

Del latín scriptūra, la escritura es la acción y efecto de escribir, esto es, de representar las palabras o las ideas con letras u otros signos trazados en papel u otra superficie. Esta definición clásica del término escritura, va acompañada de otras tantas, formuladas por la hornada de paleógrafos que la han propuesto. La de Lucien Février, "el procedimiento del que se ha valido el hombre para fijar la lengua articulada, fugitiva por naturaleza", desprende cierto halo romántico en su concepción de la lengua y no hace sino reafirmar el carácter sólido del soporte de la escritura, uno de los ejes de la Paleografía.

Sin entrar en disquisiciones actuales que denostan la separación entre materiales blandos y duros, aunque sin olvidar que dicho punto, por muy restrictivo que sea, nacido al socaire del monje Jean Mabillon en el siglo XII, posibilitó la formación de otra disciplina histórica como es la Epigrafía (encargada de los escritos en soportes duros, tales como bronce, piedra, mármol); en un día como hoy de recordatorio de la imprenta de Gutenberg, y cuando yo misma junto a millones de personas escribimos nuestras impresiones en un espacio virtual (el soporte sería el disco duro del servidor) y ante la aparición del libro electrónico (curioso que aún lo llamen "libro"), voy a hacer un recorrido por los distintos soportes que acogieron el arte de la escritura.

Constituye una tecnología, revolucionaria y utilísima, cada soporte que ha recogido las ideas del animal cultural que somos, en palabras de Carlos París. Desde la solución del pesado, opaco, rígido, compacto y espeso barro de las tablillas sumerias, se alcanzaron felizmente las leves, finas, flexibles, alisadas y sutiles películas del papiro y pergamino, hasta llegar a la extensión que permitía el papel industrial. La elección de la materia en la que se escribe o soporte sustentante de la escritura (in quo scribitur) viene condicionada por factores sociales, políticos, religiosos y económicos y a su vez por el tipo de escritura: con qué instrumental se ha escrito y de qué material se han conformado los signos sobre el soporte, como son las incisiones, tintas, o soporte sustentado (ex quo scribitur).


Tablilla sumeria, dinastía Ur III.

La escritura nace en Mesopotamia por una mera necesidad de administración para llevar cuentas y anotaciones agrarias. Es interesante observar cómo nace antes el documento que el libro y antes el archivo gubernamental que la biblioteca literaria. Con una milenaria tradición en la elaboración de cerámica arcillosa y decorada con incisiones, no hubo en realidad necesidad de crear un nuevo soporte. Los alfareros moldeaban la arcilla, muy fina, hasta darle una forma de tablilla levemente convexa para una mayor consistencia. El escriba, tal y como reflejan los bajorrelieves asirios y babilónicos, incidía en la arcilla húmeda y blanda con una cuña de metal, marfil o madera. De ahí el nombre que recibe esta escritura, cuneiforme, que consiste en una serie de pictogramas. Una vez finalizado el recuento, la tablilla se cocía al horno. Era sin duda un material oneroso de transportar pero su destino era el de las estanterías de palacios donde se alineaban dejando a la vista el filo que llevaba una especie de membrete para su localización. Aunque frágiles en su caída, se fracturaban de modo que se podían recomponer y eran incombustibles, por eso han llegado hasta nosotros en medio de tantos avatares históricos.

Tablillas, sellos y cálamos junto a monedas ejemplifican la relación entre el comercio y la escritura en este fresco de Pompeya.

También hubo tablillas de otros materiales. En menor medida, de metal y con mayor abundancia, de madera recubiertas de cera. Éstas, humildes pero muy eficaces, utilizadas por sumerios, egipcios, griegos, romanos y con plena vigencia en la Alta Edad Media, quedan recogidas en testimonios escritos o artísticos y apenas se han conservado por sus materias orgánicas. Eran tablas rectangulares de madera cubiertas de cera, a modo de las pizarras que conocemos hoy día. No obstante, precisamente por ser abundante, barato y fácil de usar y transportar, fueron el soporte más usado en la cotidianidad de esas sociedades históricas. Cartas personales, documentos de compraventa, anotaciones de todo género, borradores de discursos, las famosas notae tironianae (la taquigrafía empleada por Tirón, esclavo de Cicerón), apuntes, minutas, ejercicios escolares. Todo ello quedó recogido en las tabullae, que además se reutilizaban como bien recomendaba Horacio (1). Los estilos o cálamos con los que se escribía, acababan en una especia de espátula con la que se rascaba la cera borranndo lo escrito y ya se podía reescribir.



Frescos pompeyanos que representan a Safo (arriba) y a Terencio (abajo).

Merece reseñar que estas tablillas se agrupaban en dípticos, trípticos o polípticos, según el número, formando así un Codex o Códice, con la misma forma que tiene el libro. Fueron sus formas las que concibieron los libros de pergamino, encuadernados y cosidos por el lomo. Según Joseph van Haeltst, la sustitución progresiva del rollo de papiro por el códice de pergamino es un "acontecimiento capital en la historia del libro, probablemente mucho más importante que el descubrimiento de Gutemberg".

El papiro no sólo nace en Egipto, como planta y como soporte escrituario, sino que se identifica al instante con la civilización egipcia. Como el bambú en Asia, o el ágave, la pita y el amatle en Sudamérica, el papiro (Cyperus papyrus, en griego biblos), planta de marisma, de raíz tortuosa, gruesa como un puño, con tallo áfilo de corte triangular coronado por un penacho, que alcanzaba a veces los 6 metros de alto; era una planta de uso social que seguía el ciclo anual del Nilo. Con el papiro se hacían sandalias, paños, cestas, velas de barcos e incluso era comestible pues su raíz se chupaba como la chufa. El que se cultivara en el bajo delta del Nilo propició una importantísima industria monopolizada por Egipto hasta época romana. Eso no quiere decir que fuera accesible a todos, era un material caro y muy preciado y por ello no tenía parangón. Hasta fecha tan tardía como es mediados del siglo III d.C. no fue reemplazado, nunca sustituido, por el pergamino.

Su importancia alcanza la terminología de la Paleografía. Términos como Biblia, papel, carta, página, volumen y protocolo proceden de nombres griegos de sus partes o del aelaboración y manejo del mismo. (2). Me detendré en lo que os puede resultar más interesante, la elaboración del papiro apto para escribir a partir de la planta, aunque señalo de antemano que el resultado nunca perderá su carácter genuinamente vegetal. Cuando estaba maduro, se pelaban del papiro las cortezas de los tallos con un cuchillo muy afilado para obtener una especie de lonchas finas de casi 40 cm. de alto, que se colocaban yuxtapuestas y superpuestas sobre una tabla humedecida como un cañizo en varias capas hasta que se adherían con su propio jugo. Se batía con un mazo que favorecía que ese jugo o savia vegetal hiciera de pegamento natural y que el papiro "carteara", es decir, hiciera el ruido típico de mover una hoja. No hacían falta colorantes plara blanquear el papiro y finalmente se bruñía y alisaba con una pieza de marfil o una concha. Estas láminas ofrecían las propiedades contradictorias -resistencia y ligereza- de un buen soporte de escritura. Las fibras horizontales conformaban el rayado idóneo para escribir y las fibras verticales evitaban un deshilachado. El conjunto de láminas se encolaban sucesivamente hasta conformar un rollo que se envolvía y desenvolvía para escribir y leer. En los extremos se colocaban varillas de variados materiales y una fina etiqueta pendía de los papiros con el título de la obra. Es una imagen asaz conocida.

Se escribía con un tallo alto de junco de las marismas de unos 15-25 cms. de altura con la extremidad cortada en bisel. Se colocaba el papiro sobre una paleta de madera o marfil inclinada que tenía en su parte superior dos orificios, uno para la tinta y otro para el cálamo. Tanto si era de junco como de pluma, se alisaba el tallo despojándolo de todo resto para su cómodo uso, por lo que es toda una invención que se mantuvieran los vexilos. Esta imagen se perpetuará durante siglos y llegará hasta la Plena Edad Media a través de las miniaturas del scriptorium monástico.

Libro de los Muertos. Papiro de Hunefer. Imperio Nuevo (hacia 1310 a.C.)

Con el papiro, se multiplica la producción escrita y los centros que lo custodia como archivos y bibliotecas. La más celebre y desgraciada, la Biblioteca de Alejandría. También aparecen las librerías y la figura del librero. Una sóla obra es producida en varias unidades y se comercializa el libro. Como todos los productos, el papiro podía ser de variada calidad, el poeta Casiodoro ensalza la suavidad de la nilótica selua (planta del Nilo) y Plinio establece nueve modelos desde el más sedoso hasta el áspero que se usaba como envoltorio. Tenemos testimonios de Vitrubio, Marcial y otros sobre su conservación. Sin duda, el clima seco de Egipto era el más propicio aunque le podía perjudicar tanto la humedad como el calor excesivos conjuntados, favorecedores de la proliferación de elementos no deseados. El rollo de papiro se conservaba en recipientes de madera o arcilla y era imprescindible que recibiera una generosa capa de aceite de cedro para alejar a los insectos bibliófagos. Ese aceite, a veces en forma de goma o resina, le daba el color amarillento que observamos hoy día.

El Vergilius Vaticanus (siglo V d.C.) uno de los códices más antiguos que se conservan. Biblioteca Apostólica Vaticana.

Se han conservado numerosos papiros egipcios, así como códices romanos. Éstos eran a su vez copias de obras griegas. La cancillería vaticana pronto se sumaría a la producción documental. Pero la materia prima siempre procedía de Egipto. Que fuera provincia romana aseguraba su aprovisionamiento aunque siempre hubiera una dependencia de Occidente respecto al monopolio del delta del Nilo. Con el tiempo se reservó su uso a los documentos y obras más importantes y solemnes. Empieza a usarse el pergamino, de origen animal y con una técnica diferente como veremos en un próximo post.



(1) Saepe stilum vertas, iterum quae digna legi sint scripturus. Cambia a menudo la pluma, de la punta al rascador, si quieres escribir algo que merezca la pena ser releído.

(2) Reproduzco aquí la procedencia de los términos: fibras vascularese (biblos), planta (papyros), transformación en soporte apto para escribir (charta), su enrollamiento de partes encoladas (tomos, cilindros, volumen), sus hojas separadas (paginae, plagulae, scheda o cédula), su primera y última hoja (protocolon y escatocolon).

Escrito originariamente en marzo de 1996.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Hic sapientia est (*)

El Beato de Liébana es uno de los códices más conocidos de la Edad Media. Por el nombre de Beatus o Beato se conoce al monje del Monasterio de San Martín de Turieno (hoy consagrado a Santo Toribio) que es autor de un Comentario al Apocalipsis de San Juan, conocido como el Beato de Liébana. Y por la denominación común de Beatos se conocen los 27 manuscritos que nos han llegado, 24 de los cuales presentan miniaturas que son ilustraciones de los parajes bíblicos comentados, como copias del Beato de Liébana que se realizaron en el scriptorium de diversos monasterios de la geografía española.

En uno de los parajes más bellos de la cornisa cantábrica, el valle de Liébana, pasó su vida monástica Beatus, quién estuvo durante el siglo VIII en primera línea de la actualidad religiosa de entonces como acérrimo combatiente de la herejía adopcionista (*2) del arzobispo de Toledo, Elipando, que apoyado por Félix de Urgell, argumentaba que Jesús, en cuanto hombre era Hijo de Dios no por naturaleza sino por adopción. Esa doctrina se sustentaba en una cuestión práctica meramente política para conciliar posturas con las creencias islámicas, ya que los musulmanes consideraban a Jesucristo el penúltimo profeta. Realidades socioculturales diametralmente opuestas separaban a ambos hombres: uno como obispo cristiano en ciudad gobernada por musulmanes y el otro en territorio cristiano donde emergía el incipiente reino astur.

Tal controversia queda recogida en numerosas cartas de Beato y especialmente en su Apologético, obra escrita junto a Eterio, obispo de Osma, donde no escatima elogios hacia el hereje (testículo del Anticristo).

Pórtico de la Gloria.- Catedral de Santiago de Compostela (Maestro Mateo, s. XII)

Una obra que se atribuye a Beato es O Dei Verbum que se trata del primer himno litúrgico dedicado al apóstol Santiago. No obstante, y pese a lo escrito por Miguel de Unamuno (*3) que en la actualidad se corrobora con la presencia de los huesos del hereje gallego Prisciliano en la tumba de Santiago, sus referencias situan a Santiago, por vez primera, como patrono de la Hispania cristiana ("Caput refulgens aureum Ispaniae" -"Áurea cabeza refulgente de España"). Unos años más tarde, en el 814, se materializaba el patronazgo con el descubrimiento de la tumba en Iria Flavia, lo que produjo uno de los mayores movimientos demográficos, junto a las Cruzadas, de la Edad Media y la primera europeización de nuestra cultura.

El Comentario del Apocalipsis comprende las anotaciones del propio Beato al texto bíblico que se incluyen en un códice de pergamino que debió escribirlo en torno al 776 (concluido diez años después) y que fue miniado, esto es ilustrado, por Magius. La parte correspondiente a Beato es bastante reducida y adolece del afán compilatorio de recoger las tradiciones patrísticas de la primitiva iglesia africana (Primario, Ticonio, Apringio de Beja y San Agustín, entre otros). No obstante, alcanzó una gran notoriedad en la cultura religiosa de la Alta Edad Media y su difusión se plasmaría en los diversos Beatos que copian la obra primigenia. En contra de lo que se cree, no era necesario que el monje amanuense supiera leer. Se requería de pericia caligráfica y pulcritud a la hora de copiar los textos en minúscula visigótica cursiva. Copiar estos códices era un trabajo del monje realizado a mayor gloria de Dios siguiendo la regla benedictina del Ora et Labora (*4). Estos códices eran de un tamaño considerable por lo que tampoco era costumbre su lectura individual. Probablemente fueran recitados en el refectorio o en momentos comunitarios de oración.

Monasterio de Santo Toribio (Cantabria)

Sin duda, son sus imágenes la parte más fascinante de estos códices. Al igual que las enseñanzas pétreas de las iglesias (el ejemplo más representativo sería el Claustro de Silos), las imágenes que acompañan a los textos religiosos tenían la misma, o incluso, superior fuerza para adoctrinar a los iletrados. Las miniaturas de los Beatos poseen tal magnitud expresiva y originalidad que ocupan un espacio propio en la Historia del Arte.

Aunque son conocidas como miniaturas mozárabes, no pertenecen a tal arte como indicó el profesor Yarza y tampoco tuvieron la consideración que merecían hasta principios del siglo XX. Por mozárabe se entiende la población cristiana que vivió en territorio musulmán manteniendo su confesión (de la que nos ha llegado el rito litúrugico mozárabe). El arte mozárabe es una corriente estilística prerrománica de fuertes influencias musulmanas que se extiende en la Alta Edad Media mientras que los Beatos son coétaneos a la misma pero específicamente cristianos, tanto en la concepción religiosa como en la ubicación geográfica. Y en 1924, la exposición que organizó el Museo del Prado marcó el inicio de la revalorización de estas ilustraciones.

Estas ilustraciones se denominan miniaturas no por su reducido tamaño (de hecho son láminas de considerables medidas) sino por el uso del minio como pigmento. La decoración de los Beatos consiste en la ornamentación de las letras capitales (recogiendo la larga tradición monacal irlandesa) y las escenas bíblicas, que no acompañan a los Comentarios, sino al Apocalipsis de San Juan.

Dos notas principales las caracterizan: el cromatismo y el acusado expresionismo. La vivacidad de amarillos, rojos, azules y gruesos trazos negros perfilan unas figuras de evocaciones fantásticas que se alejan del naturalismo clásico del arte occidental. La expresividad del dibujo aunque no logra un alto grado de corrección, contribuye a la carga dramática de los personajes que pueblan las miniaturas. La traza del artista perfila una alineación firme, con gruesas rayas negras que subrayan esa expresividad. El dibujo plano que repercutió durante siglos en la carga negativa de este arte (por carecer de espacio y perspectiva), permite mostrar unas figuras de gran magnetismo lo que configura la peculiar estética de este arte. Los animales fantásticos y símbolos bíblicos acompañan a los personajes pero también aparecen elementos domésticos, armas o construcciones de gran valor histórico. El propio Beato de Liébana, así como otros Beatos, incluyen mapas cartográficos.


Es un «mapa de T en O» porque, consiste en un jeroglífico construido con dos letras, la O y la T, las iniciales del término latino «Orbis Terrarum», que indican que es una representación del mundo. El Océano exterior delimita el mundo y aparece como una O. Las líneas interiores, que representan los cursos de agua, forman aproximadamente una T, que divide el mundo en los tres continentes entonces conocidos (Asia, Europa y África). En el sur se localiza la llamada «terra incógnita».

El principal ilustrador es Magius a quien corresponde el Beato de San Miguel de Escalada. Otro Beato importante es el de Gerona que fue realizado por el monje Emeterio y la monja Eude.

Adelantándose varias centurias al milenarismo que recorrió Europa en el año mil, los Beatos recogen los oscuros y controvertidos símbolos del Apocalipsis de San Juan. Entre ellos los números y todo lo relativo a la Parousía.



Hoy es día noveno del mes noveno del noveno año del nuevo milenio.

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(*) Ap. 13.18: Hic sapientia est: qui habet intellectum, computet numerum bestiae; numerus enim hominis est: et numerus eius est sescenti sexaginta sex. Aquí está la sabiduría. Quien tiene inteligencia, calcule el número de la bestia, pues es número de hombre. Y el número de la bestia es seiscientos sesenta y seis.

(*2) El adopcionismo es una explicación sobre la divinidad de Jesucristo hecha por Prisciliano, de donde procede el nombre de priscilianismo, en el sentido de que Jesucristo es hijo adoptado por Dios, pero que no es Dios. La Iglesia Católica no acepta esta explicación y acude al dogma de la Trinidad donde se explica que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres realidades personales distintas, pero constituyen un sólo dios uno y trino. La polémica, mantenida por el arzobispo de Toledo Elipando, que se mantenía en terreno musulmán de concepción acérrimamente monoteísta, apoyaba la tesis de Prisciliano, para evitar la idea politeísta que se pudiera derivar de la concepción trinitaria, rechazando la ideología de los invasores. Beato de Liébana se opuso a la idea del adopcionismo en contra del arzobispo de Toledo y sus seguidores, haciendo llegar la disputa hasta la corte del emperador Carlomagno en Aquisgrán, donde fue apoyado por Alcuino de York. La cuestión se dilucidó en un concilio convocado por el emperador donde fue rechazada la tesis del adopcionismo y condenado Prisciliano.Algunos opinan que quien está enterrado en Compostela no es Santiago, sino Prisciliano, venerado por sus seguidores.

(*3) Miguel de Unamuno escribía en sus "Andanzas y visiones españolas" (1922) que "todo hombre moderno, dotado de espíritu crítico, no puede admitir, por católico que sea, que el cuerpo de Santiago el Mayor repose en Compostela".


(*4) San Benito de Nursia (siglo VI) es el fundador de la orden benedictina, que constituye el núcleo monacal del occidente europeo, pues tal movimiento religioso nace en realidad en Próximo Oriente. La regla benedictina, llamada La Santa Regla, fue la primera en estipular la vida comunal de los monjes y se basaba en la autosuficiencia de éstos mediante la comunión del trabajo manual y la oración (de ahí el lema Ora et Labora). Posteriormente sería reformada mediante los movimientos del Cister y Cluny.

sábado, 23 de febrero de 2008

Un invento fundamental: la imprenta de Gutenberg

Según la cronología de hechos históricos que aparece en uno de los widgets de la columna de la derecha, tal día como hoy, Gutenberg imprimió la primera Biblia.

Se atribuye el invento de la imprenta al orfebre alemán Johannes Gensfleisch, más conocido como Gutenberg, que era
el nombre de la hacienda de su familia, una de las más importantes de la ciudad de Maguncia (Mainz).

La clave de su aportación consiste en mejorar un invento que se vislumbraba en Europa desde los albores del siglo XV pero que debe mucho a la técnica oriental.

El papel artesanal nació en la China milenaria y se atribuye la técnica a Ts'ai Lun , en el 105 a. C., jefe de los eunucos del emperador y al frente de los suministros de la Casa real. En una época de gran extensión burocrática.

Ya en la Edad Media serán los árabes quienes constituyen el nexo del acceso de Occidente a los prodigios de Oriente y la península Ibérica receptora privilegiada de los mismos. Del año 1056 data la primera referencia de un molino papelero en las afueras de Játiva. Incluso se conoce el nombre del dueño, Abu-Masafya o Abu-Mescufá.

Pero volviendo a Gutenberg. Éste se unió desde joven al gremio de orfebres pero también trabajó como estampador de láminas, tarea que le atraía enormemente y donde no cejó en experimentar. Se tienen noticias de él a través de las sociedades que formó con Andrés Heilman y Adreas Dritzehen (sus herederos le demandarán), siendo muy conocido el pleito que mantuvo con el banquero Johan Fust con quien se había asociado junto a Peter Schöffer. Fust le prestó en 2 ocasiones 800 florines pero Gutenberg no pudo devolverlos, de ahí que en el Salterio de Maguncia de 1457, que es el primer libro que lleva los nombres de sus impresores, aparezcan los de Fust y Schöffer.


Gutenberg acabó arruinado y sólo al final de su vida tras instalarse nuevamente en su ciudad natal, Adolfo II de Nassau, arzobispo y elector de la ciudad, le recompensó con el título de Gentilhombre y una renta.

El tipo de impresión que había en Europa anteriormente a Gutenberg, es lo que se denomina xilografía. También proveniente de China, consistía en trabajar tanto el texto como las ilustraciones en hueco sobre una tabla de madera, se acoplaba a una mesa de trabajo de madera y se impregnaban de tinta (que podía ser negra de carbón o metaloácidas para darle color) que se adhería al papel con un rodillo. El desgaste de la madera impedía hacr muchas copias con el mismo molde por lo que la producción de libros era muy lenta. El resto de libros y documentos seguían siendo escritos a mano, dentro de la larga tradición monacal que había en Europa.

En esa rápidez de producción y en la perfección de tipos móviles ya existentes, radicará la impronta de Gutenberg, cuyo modelo de imprenta tipográfica sí se mantendrá sin variaciones hasta la Revolución Industrial (mediados del s. XVIII-principios s. XIX). Adaptó las prensas que se usaban para moler la uva en la elaboración del vino, fabricó los tipos móviles de plomo y empleó la aportación de Schöffer de utilizar tintas más densas. Cada tipo era una letra, y se partía de un repertorio de 150 tipos entre minúsculas, mayúsculas, números, signos y tipos sin relieve para los espacios en blanco. La letra sería la común entonces, la gótica aunque hacia el 1500 se adaptará la humanística. Cada tipo se colocaba alineado sobre una vara de madera y el total de líneas quedaban encuadradas en una caja o galera. Se embadurnaban los tipos de tinta y la impresión se obtenía de la presión de la galera contra el papel mediante la prensa.


El resultado no sólo es de una belleza espectacular sino de una técnica portentosa dado que siendo un libro impreso mantenía la apariencia de un códice manuscrito (por ejemplo los primeros libros impresos no se paginaron entre otros detalles). Esa característica es la que presentan los libros incunables que son aquellos impresos con anterioridad a 1500.

De entre los 3 ó 4 libros que imprimió Gutenberg, su obra más célebre es la Biblia conocida como Biblia de Gutenberg o de 42 Líneas, llamada así por ser 42 el número líneas que conformaban cada una de las dos columnas que ocupaban cada una de las 1.280 páginas. Escrito en latín según la tradición de la Iglesia quien usaba el texto fijado por San Jerónimo y conocido como la Vulgata. Será precisamente el reformador Lutero quien preconice una traducción del texto bíblico a las lengaus vernáculas. De la imprenta de Gutenberg salieron 120 ejemplares en papel y 20 en pergamino (en piel de vitela). Cada una de las ilustraciones fueron pintadas a mano y los tomos se embellecieron indistintamente. Se conservan 45 ejemplares.

A partir de la imprenta de Gutenberg, no ya el mundo de la escritura o los libros sino el de la cultura en general experimenta una auténtica revolución. Al compás del Humanismo y el Protestantismo, Europa está ávida de escritura y la imprenta será decisiva para difundir tales ideas. Además la lectura dejó de ser una actividad ocasional de monjes o aristócratas intelectuales y la burguesía encontrará en ella un medio de conocimiento y mejora social.

Escrito originariamente en marzo de 1996.

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