




El Comentario del Apocalipsis comprende las anotaciones del propio Beato al texto bíblico que se incluyen en un códice de pergamino que debió escribirlo en torno al 776 (concluido diez años después) y que fue miniado, esto es ilustrado, por Magius. La parte correspondiente a Beato es bastante reducida y adolece del afán compilatorio de recoger las tradiciones patrísticas de la primitiva iglesia africana (Primario, Ticonio, Apringio de Beja y San Agustín, entre otros). No obstante, alcanzó una gran notoriedad en la cultura religiosa de la Alta Edad Media y su difusión se plasmaría en los diversos Beatos que copian la obra primigenia. En contra de lo que se cree, no era necesario que el monje amanuense supiera leer. Se requería de pericia caligráfica y pulcritud a la hora de copiar los textos en minúscula visigótica cursiva. Copiar estos códices era un trabajo del monje realizado a mayor gloria de Dios siguiendo la regla benedictina del Ora et Labora (*4). Estos códices eran de un tamaño considerable por lo que tampoco era costumbre su lectura individual. Probablemente fueran recitados en el refectorio o en momentos comunitarios de oración.

Monasterio de Santo Toribio (Cantabria)
Sin duda, son sus imágenes la parte más fascinante de estos códices. Al igual que las enseñanzas pétreas de las iglesias (el ejemplo más representativo sería el Claustro de Silos), las imágenes que acompañan a los textos religiosos tenían la misma, o incluso, superior fuerza para adoctrinar a los iletrados. Las miniaturas de los Beatos poseen tal magnitud expresiva y originalidad que ocupan un espacio propio en la Historia del Arte.

Aunque son conocidas como miniaturas mozárabes, no pertenecen a tal arte como indicó el profesor Yarza y tampoco tuvieron la consideración que merecían hasta principios del siglo XX. Por mozárabe se entiende la población cristiana que vivió en territorio musulmán manteniendo su confesión (de la que nos ha llegado el rito litúrugico mozárabe). El arte mozárabe es una corriente estilística prerrománica de fuertes influencias musulmanas que se extiende en la Alta Edad Media mientras que los Beatos son coétaneos a la misma pero específicamente cristianos, tanto en la concepción religiosa como en la ubicación geográfica. Y en 1924, la exposición que organizó el Museo del Prado marcó el inicio de la revalorización de estas ilustraciones.

Estas ilustraciones se denominan miniaturas no por su reducido tamaño (de hecho son láminas de considerables medidas) sino por el uso del minio como pigmento. La decoración de los Beatos consiste en la ornamentación de las letras capitales (recogiendo la larga tradición monacal irlandesa) y las escenas bíblicas, que no acompañan a los Comentarios, sino al Apocalipsis de San Juan.
Dos notas principales las caracterizan: el cromatismo y el acusado expresionismo. La vivacidad de amarillos, rojos, azules y gruesos trazos negros perfilan unas figuras de evocaciones fantásticas que se alejan del naturalismo clásico del arte occidental. La expresividad del dibujo aunque no logra un alto grado de corrección, contribuye a la carga dramática de los personajes que pueblan las miniaturas. La traza del artista perfila una alineación firme, con gruesas rayas negras que subrayan esa expresividad. El dibujo plano que repercutió durante siglos en la carga negativa de este arte (por carecer de espacio y perspectiva), permite mostrar unas figuras de gran magnetismo lo que configura la peculiar estética de este arte. Los animales fantásticos y símbolos bíblicos acompañan a los personajes pero también aparecen elementos domésticos, armas o construcciones de gran valor histórico. El propio Beato de Liébana, así como otros Beatos, incluyen mapas cartográficos.

Es un «mapa de T en O» porque, consiste en un jeroglífico construido con dos letras, la O y la T, las iniciales del término latino «Orbis Terrarum», que indican que es una representación del mundo. El Océano exterior delimita el mundo y aparece como una O. Las líneas interiores, que representan los cursos de agua, forman aproximadamente una T, que divide el mundo en los tres continentes entonces conocidos (Asia, Europa y África). En el sur se localiza la llamada «terra incógnita».
Adelantándose varias centurias al milenarismo que recorrió Europa en el año mil, los Beatos recogen los oscuros y controvertidos símbolos del Apocalipsis de San Juan. Entre ellos los números y todo lo relativo a la Parousía.

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(*2) El adopcionismo es una explicación sobre la divinidad de Jesucristo hecha por Prisciliano, de donde procede el nombre de priscilianismo, en el sentido de que Jesucristo es hijo adoptado por Dios, pero que no es Dios. La Iglesia Católica no acepta esta explicación y acude al dogma de la Trinidad donde se explica que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres realidades personales distintas, pero constituyen un sólo dios uno y trino. La polémica, mantenida por el arzobispo de Toledo Elipando, que se mantenía en terreno musulmán de concepción acérrimamente monoteísta, apoyaba la tesis de Prisciliano, para evitar la idea politeísta que se pudiera derivar de la concepción trinitaria, rechazando la ideología de los invasores. Beato de Liébana se opuso a la idea del adopcionismo en contra del arzobispo de Toledo y sus seguidores, haciendo llegar la disputa hasta la corte del emperador Carlomagno en Aquisgrán, donde fue apoyado por Alcuino de York. La cuestión se dilucidó en un concilio convocado por el emperador donde fue rechazada la tesis del adopcionismo y condenado Prisciliano.Algunos opinan que quien está enterrado en Compostela no es Santiago, sino Prisciliano, venerado por sus seguidores.
(*3) Miguel de Unamuno escribía en sus "Andanzas y visiones españolas" (1922) que "todo hombre moderno, dotado de espíritu crítico, no puede admitir, por católico que sea, que el cuerpo de Santiago el Mayor repose en Compostela".
(*4) San Benito de Nursia (siglo VI) es el fundador de la orden benedictina, que constituye el núcleo monacal del occidente europeo, pues tal movimiento religioso nace en realidad en Próximo Oriente. La regla benedictina, llamada La Santa Regla, fue la primera en estipular la vida comunal de los monjes y se basaba en la autosuficiencia de éstos mediante la comunión del trabajo manual y la oración (de ahí el lema Ora et Labora). Posteriormente sería reformada mediante los movimientos del Cister y Cluny.