My phrasebook

Siempre recibimos cuando damos.

Una canción

jueves, 13 de enero de 2011

Una leyenda contemporánea

En un paraje escocés, un viejo labrador paseaba por los páramos al atardecer. Cuando se detuvo para alumbrar su pipa, le pareció oir un aullido, diríase que parecido al batir de alas del lagópodo nativo. Pero al tercer chillido pudo distinguir una petición de socorro. No había dudas de que se trataba de algún joven incauto, quizá un niño, que se había arriesgado a pasear por los riscos que bordeaban los pantanos de aquellas umbrosas tierras. El viejo echó a correr con más ímpetu en el ánimo que en sus debilitadas piernas.

Cuando llegó al lugar del grito, no pudo dejar de esbozar una sonrisa cuando en medio del fango distinguió un penacho que coronaba un estrafalario sombrero que, a modo tirolés, llevaba un mozalbete. Por fortuna, no se había adentrado mucho ni se encontraba en la zona más peligrosa del pantano. Le pidió al joven que se calmara el cual obedeció ipso facto en cuanto había comprobado con asombro que otra alma deambulaba por aquellos solitarios parajes. Gracias a una soga que el labrador llevaba encima y que pudo atar a un recio árbol, el joven pudo salir. Su acento y sobre todo sus distinguidos ademanes le indicaron pronto que no era de la región. Las ricas prendas que apenas asomaban bajo el fango y las briznas delataban su noble procedencia. El joven pronto recuperó la compostura y preguntó el camino a casa pero en ese intervalo de tiempo la noche estaba próxima a cerrar el día por lo que el labrador le ofreció su casa.

Al día siguiente, un imponente carruaje sobresalía del camino que conducía a la granja. Todos los de la casa salieron al ruido de las ruedas, multiplicado por los alaridos de ocho rapaces y los ladridos de los perros, estupefactos y asustados a partes iguales ante aquella mole gris que casi parecía engullir la humilde casa. El cochero, impecablemente uniformado, abrió la portezuela. Del interior se oyó una trabajosa respiración, asomó una masa de carne en forma de manaza que al apoyarse en la madera dejó a la vista una gruesa piedra rojiza y un puro a medio encender. El séptimo duque de Marlborough presentaba un rostro abotargado y unas hechuras apenas contenidas en el buen paño de lana de su traje.

Padre e hijo se fundieron en un abrazo y cuando el duque vio que el joven no presentaba ninguna secuela, se dirigió al labrador.

- Le agradezco que ayer salvara la vida a mi hijo. Sé que lo hizo por ser un buen hombre, pero acepte este pequeño regalo.

La abultada bolsa de seda permitía alumbrar que el dinero sería una buena vejez para el viejo y su numerosa prole, pero no era la primera vez que socorría a alguien del pantano, ni sería la última. Aceptar aquél dinero era poner precio a su desinteresada ayuda.

- No puedo aceptarlo. En realidad no hice nada, su hijo es bien fuerte y hubiera salido igual sin mi ayuda.

Si grande era el parecido entre el duque y su hijo, tampoco desmerecía la sucesión genética entre el labrador y su primogénito.

- ¿Es ese su hijo mayor?

- Así es, este es Alexander.

El joven espigado, a sus catorce años, tenía la misma mirada límpida de su padre y no se dejaba amilanar por el carruaje ni la presencia del duque y su hijo, el cual ya contaba con veintiún años.

- Estoy seguro de que le gustaría que su hijo pudiera continuar sus estudios. Permítame entonces corresponder con él, estoy seguro de que será un hombre de provecho como su padre.

El hijo del granjero, Alexander Fleming, recibió la misma formación académica que el hijo del duque, Winston Churchill. Así fue como el primero pudo estudiar Medicina, que era lo que siempre había soñado yos después, logró un importantísimo descubrimiento científico, la penicilina, la cual fue suministrada al militar salvándole la vida por vez.. segunda.




Esta historia es pura ficción. En los años 50 apareció en una colección de cuentos salvíficos de una escuela norteamericana pero fue desmentida por los biógrafos de los afamados protagonistas. En la actualidad, el efecto multiplicador de Internet difunde aún más esta historia hasta el punto de encontrármela en un examen de inglés de Selectividad.

La forma en que he presentado la historia y a los protagonistas también es completamente ficticia. He fabulado cada una de las frases que la componen, para distinguirla precisamente de lo que circula.


sábado, 8 de enero de 2011

Música de anuncio (15)

Estas Navidades echaron Sin reservas y como no la había visto aproveché que era en la primera sin anuncios. No hablaré de la película, la vi entera porque me caen bien los actores pero flojea de principio a fin. Algo así pasó con una sintonía que arranca con los créditos y luego reaparece en diversos momentos (concretamente en los más emotivos que tiene que ver con la también protagonista de Little Miss Sunshine). Me gustó mucho y la reconocí como parte de un anuncio navideño pero por más que googleé enseguida ya que vi la película con el portátil (gracias a J.) no la vi en la Bso (*) y tardé en dar con ella. Se trata de Building a family de Mark Isham que aparece en el anuncio Anna de Codorníu.



Me gusta mucho la sintonía, es muy animosa, es perfecta para acompañar el comienzo de algo, un año, un proyecto, una semana o una nueva etapa.




Y en Ing Direct por fin han dejado la versión del He's got the whole world in his hands (que es una destrozaversión que sacaron en 1980 cuando el Nottingham Forest ganó la Copa de Europa -escuchar- de un antiguo y precioso gospel). El nuevo anuncio no deja de ser simpático, a mí me gusta que se basen en esa leyenda urbana de la ardilla que saltaba de árbol en árbol en tiempos de Felipe II. Por cierto, el anuncio es todo quiz en cuanto a ciudades española, yo sólo reconozco el puente de Triana y la Gran Vía, aparte de las dos que abren y cierran el anuncio y que precisamente son sopladas por un título.

En esta ocasión no hay versión, sino que la cancioncilla es el Boum onomatopéyico de Charles Trenet.



* No aparece en la Bso de Sin reservas porque pertenece a la Bso de Life as a house donde aparece por vez primera.

miércoles, 5 de enero de 2011

Arthur Marx enmudece

En una de sus numerosas actuaciones de vodevil, en ciudades del Medio Oeste apenas señaladas en el mapa, en teatros improvisados en desvencijadas salas, con un público que no dejaba de parlotear, comer y moverse, los Hermanos Marx fueron literalmente echados por el gerente. Apenas alcanzaron el último vagón del tren que partía. Encaramado a la barandilla, Arthur, el segundo de los Hermanos Marx, lanzó toda una serie de improperios al pueblucho que dejaban. Al día siguiente se enteraron por la prensa que el dueño del teatro había muerto en un incendio. Definitivamente era mejor que Arthur dejara de hablar, sentenció Groucho.

Pero el mismo Harpo nos cuenta de donde le vino su enmudecimiento:

"(...) el tío Al no escribió ni una sóla línea para mí. Protesté. El tío Al dijo que yo aportaría un maravillosos contraste al espectáculo si actuaba en pantomima. Al diablo con eso. Improvisaría (..) todo lo que quisiera, dije.

(...) El crítico del periódico de Champaign Urban (Illinois) escribió algo así:

"El hermano Marx que hace de Patsy Brannigan (...) imita al inmigrante irlandés de una manera muy divertida en su pantomima. Desgraciadamente, el efecto se pierde cuando habla."

Cuando leí la reseña comprendí que el tío Al estaba en lo cierto. Simplemente, no podía superar a Groucho o Chico hablando, y era ridículo por mi parte intentarlo. Sin embargo, fue un duro revés para mi orgullo.

(...) Enmudecí. Nunca más dije una palabra, ni en el escenario ni frente a las cámaras, como Hermano Marx."

domingo, 2 de enero de 2011

Un año, un camino, una vida

Acabo de fijarme en una moneda de 2 euros donde la inscripción Appel 18 Juin se distingue casi más claramemte que la efigie de De Gaulle (aquel mismo que una universitaria asaltada por una alcachofa del CQC confundió con un hacedor de goles). Me ha arrancado una sonrisa este enésimo ejemplo de chauvinismo franchute al tiempo que recordaba la famosa arenga del militar, el mismo día que he visto El discurso del rey. Una buena película que nos muestra la conversión del amable Bertie en Jorge VI, muy a su pesar. Una historia de Hollywood que, contra la costumbre, no pone su mirada en la realeza sino en las flaquezas del ser humano. Aún así, el pueblo inglés llegó a venerar a su monarca de la II Guerra Mundial, de igual modo que sus vecinos del Canal de la Mancha veneraron a su viejo militar.

Se dice que en esta época faltan líderes. ¿Acaso lo necesitamos? Y se deberá eso a que los políticos suspendan en oratoria, carisma, eficiencia y honradez. Me pregunto.

La sensación de hastío hacia la política nacional viene aumentando en los últimos años pero no parece ser el detonante de un cambio en nuestras estructuras. Demasiado utópico en el 2011 pensar en cambiar el sistema, ¿no creen?

Estrenamos un año en el que el panorama dista del entusiasmo de años anteriores. Dentro de unos años recordaremos esta crisis pero sería interesante ver cómo salimos de ella y comprobar la fortaleza que adquirimos de la misma.

Pero los mejores deseos se ven enfangados por la vulgar realidad de este año electoral (y el venidero). Nos esperan meses de tediosa actualidad con dos monigotes enfrentados en el más espantoso y ridículo espectáculo que nos ofrecerán los políticos. Coparán los medios de comunicación y minarán nuestro poder adquisitivo (bastante cara nos sale la política en este país).

Francamemte estoy cansada de esa dinámica. Por eso en el 2011 brindo por la gente anónima, y por los días a días. Brindo por mi hermana que es ejemplo de abnegación, brindo por mi amiga A. que es ejemplo de sencillez, brindo por mi amigo J, que es ejemplo de paciencia, brindo por el Dr. A. P. que es ejemplo de profesionalidad, brindo por mi vecino M. que es ejemplo de generosidad. Brindo por el que sonríe tras caerse y por el que llega a una cumbre cogido de la mano a otra persona.

Y brindo por todos aquellos blogs que me han entretenido, emocionado, enseñado y hecho reflexionar con su lectura en estos años de blogosfera. Este pequeño blog resurge del silencio. Nunca el silencio fue tan fecundo, créanme.

Un saludo a todos y reciban un fuerte abrazo que les daría en persona pero que en el mundo virtual tiene el mismo calor.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Blues stories

Ésta es la historia de un muchacho pobre. Aquel muchacho tenía la sonrisa más agradable del mundo, era una sonrisa franca, sin concesiones, solía ser breve en la extensión de sus comisuras y rápida en su manera de abrir la boca. Es entonces cuando el labio superior se le plegaba y dejaba asomar unos dientes blanquísimos. Al hablar tenía una forma peculiar de asomar las paletas mientras balanceaba la cabeza. Y de pasarse los dedos por la sién. Más que hablar, narraba. Relataba, fabulaba, explicaba, enseñaba sin aleccionar. Uno perdía la cuenta de los temas que ensartaba, pero nunca te perdías en los circunloquios de sus historias. Siempre había un punto de referencia invisible al que llegaba. Pero llegaba a su estilo. Ese estilo, el más antiacademicista que he visto, era el mejor. Si me preguntas por qué, no lo sé. Me gustaba. El placer de escuchar a ese muchacho podía superar al chocolate. Te quitaban el postre y salías ganando con la conversación de aquel muchacho.



Aquel muchacho tenía una bicicleta. La había acondicionado para que un pequeñajo se subiera en ella pero no podía llevársela. Por aquél entonces los kilómetros se le acumulaban en su cuerpo, fornido, nada atlético. Un cuerpo para luchar de alguien que sólo utilizaba la palabra para razonar. El suyo era un pacifismo sutil, sin palabrerías ni demostraciones. Llevaba luchando toda su vida ante mil avatares y siempre salía de ellos. Maltrecho, dolorido, diríase que haste perplejo, pero entonces cogía un Jack Daniels y te contaba una historia. Y siempre una con sonrisa en los labios. Pero no era una mueca o un gesto en la cara, no. Era una expresión que nacía en sus ojos, que aleteaba en su nariz grandota y que te llegaba sin rodeos. Era una sonrisa con chispas, con mucho brío, sin estridencias. En ocasiones era una sonrisa cálida que te envolvía y te abrigaba como si lo hicieran sus fuertes brazos.



Aquel muchacho tenía una guitarra. Conocía los compases antes de tenerla por vez primera en sus manos. Sus correrías le llevaban la delantera. Eran muchas vidas vividas, muchas heridas cicatrizadas, muchas resacas, muchos sueños, muchas mujeres de humo y muchos tipos con malos humos. Aquel muchacho era feliz con su guitarra, incansable su manejo con ella. Un día se la quitaron pero sus dedos seguían el acorde porque nadie roba el blues. Nadie roba la ilusión, ni las ganas, ni él animo, ni la entereza. Nadie roba una sonrisa y aquel muchacho tiznado, hijo adoptivo del Mississippi, era un buen derrochador de sonrisa.


Aquel muchacho tenía un amigo. Éste se había sentido solo y un tanto desorientado hasta que recibió un mensaje en cierta lengua que sólo ellos conocían. Y luego estaba otro, amigo suyo de juventud, que desde entonces no podía tener mejor compañero de garitos, de historias, de la vida. También tenía otro amigo. Era asombrosa la buena conexión entre ambos. Más que tocar juntos parecían estar hechos de la misma cuerda. Y luego estaban los otros dos, uno de ellos supo darle justo lo que necesitaba en el momento más apropiado. Tenía amigos. No hace falta que fueran muchos o pocos, que fueran buenos amigos o no. Cada uno se sentía el más importante, el más apreciado por aquel muchacho.



Aquél muchacho tenía libros y con uno de ellos hizo inmensamente feliz a una muchacha. Nunca sabría, el que nada tenía, todo lo que le había dado a ella en aquel mediodía otoñal.






- ¿Aquí acaba la historia?

- Pues no lo sé, me la he inventado sobre la marcha.

- Yo conozco a la muchacha. Ella dice "que todo se arreglará".

- ¡Eso son palabras. No hechos!. Hechos es lo que desprende ese muchacho. Si supieras lo agradable que es siempre. Haya ocurrido lo que sea, sea el momento que sea. Siempre tiene una sonrisa en esta vida de mierda.

- Con una sonrisa como la de ese muchacho la vida deja de ser una mierda.

- Eso es cierto.

Para J.,
en sempiterno estado de apuros con su permanente sonrisa.

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