Hoy hace frío. No quería levantarme de la cama. Dormía arropada con las dos mantas sobre sábanas recién puestas y me despertaron las campanas con que suena mi móvil. Con los ojos pegados logré silenciar el segundo repiqueteo escondiendo el aparato entre las sábanas, abrazándolo con mi cuerpo como si fuera otro cuerpo añorado.
Había dormido bien. Era esa de las ocasiones en que una decide madrugar y duerme de un tirón. Aún así seguía teniendo sueño. Me quedé un ratico con los ojos cerrados pensando en el sueño que tenía y con esa dulce placidez que da estar despierta con los ojos cerrados sintiendo de nuevo el letargo de la larga compañía de Morfeo. Dormir sobre sábanas limpias con la cama recién hecha y con las piernas extendidas ante la ausencia de bultos y no oír absolutamente nada era la consumación a una noche de individual e insonoro placer. No quería salir de aquel mundo cálido y suave que era mi cama uterina en aquella noche. El frío que habían notado mis dedos al alcanzar el móvil ya predecía que el día no sería agradable...
Al rato largo que me había parecido una eternidad (20 minutos) sonó el pitido del despertador. En seguida (a los 5 minutos exactos) me desperté cuando volvía a sonar la alarma. Estaba despierta porque tenía los ojos bien abiertos y sabía que aunque no quiero, tengo que levantarme. Así que haciendo un esfuerzo extenuante para el reposo que habían tenidos mis extremidades, me destapé intentando con éxito no desprender las mantas y las frescas sábanas de su aprisionamiento del borde de la cama (de chica jugaba a meterme en la cama sin "despeinarla" esto es, sin levantar las sabanas y las mantas, lo que conseguía). Echo de menos que me arropen al acostarme.
Un frío intenso me recorrió la espina dorsal incrustándose en cada una de mis costillas. Podía notar como el aire gélido circulaba por ellas para luego hacer la excursión por mis hombros, brazos, dedos y pies con que se entretendría durante la mañana.
En un pobre intento por desentumecerme, fui brincando hacia el baño que por fortuna tengo enfrente. Enseguida volví a la habitación... y me metí en la cama con tanta furia por el frío que provoqué yo misma una ráfaga al levantar la ropa. Maldije en voz alta y protestaba mentalmente mientras me tapaba hasta las cejas. ¡¡¡No quiero ir al colegio!!!
Cinco minutos de remoloneo, cinco minutos de sentir el calorcito que aún guardaba la cama, cinco minutos de gloria antes de ponerme en faena...
Por fin me levanté. Me fui al salón donde ya caldeaba la estufa para ponerme la ropa interior y las medias. Enseguida me puse lo vaqueros, una camiseta interior de mangas largas, una blusa y un chaleco de cuello vuelto. El cuerpo parecía ir recuperándose. Me cogí el pelo en una pinza dejando el resto suelto para no helarme las nuca. Cogí los guantes, el gorro y la bufanda a juego con el look del día y me dispuse a sentarme cómodamente para tomar mis cereales con las noticias de la tele sin voz. A los 15 minutos salía del baño maquillada. Reparé en los tapones que aún llevaba y entonces el ruido leve de la calle acompañó las preocupaciones del día. Mientras bajaba las escaleras pensaba en el día que me esperaba, en el frío que pasaría en las aulas, en el estrés y agobios que me esperaban con los de Secundaria. Y eso no hacía más que recordarme lo bien que estaba en la cama.
En la calle andaba autómata con la cabeza gacha y el cuerpo encogido con las manos en los bolsillos del abrigo. El aire silbaba, hacía remolinos, me espantaba en las esquinas. A media mañana el sol se haría el tímido entre las nubes y las paletas grises se sucederían en un día que parecía no acabar.
Sólo siento frío. La rutina se ha convertido en un fino glaciar que me envuelve y me atenaza. Frío en la rutina, frío en la desesperanza, frío en el oscuro horizonte. Ese frío también cala mis huesos y sólo a veces se esconde tras el humeante sabor que da el chocolate de la vida.
Hoy hace frío. Ni la estufa, ni mi chal, harán que hoy se me quite el frío.
Escrito originariamente el 27 de noviembre de 2007
* Post relacionado: La última pastilla.