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Siempre recibimos cuando damos.

Una canción

sábado, 6 de octubre de 2007

La última pastilla

Ayer tarde me tomé la última pastilla de la partida. Y yo sin saberlo. Nada hacía presagiar que eso ocurriría. En el punto de venta me dicen que dejaron de surtirse hace meses pero mi consumo empezaba en estas fechas. Me he enterado esta noche. Caminando por Menéndez Pelayo ya no podía más y sacando dinero del cajero San Fernando más próximo decidí probar. Más bien repetir la nueva pastilla que tomé antes de entrar en el colegio.

"¡Es una puta mierda!" salió de mi boca en cuanto ésta entró en ella. El sabor ácido no tenía comparación con el otro dulzón. Yo me meteré lo que sea entre ceja y ceja pero en gustos y sabores soy muy mía. Aquella mañana reparé en eso con tibieza, achacándolo a que no paraba de moverme. Se transformaría entonces en evidencia: que los efectos eran mucho más birriosos. "¡¡¡Joder!!! ni comparación una muestra con otra". Ni las formas tenían parangón. Una tan fina y tan grande como lo que se da a un caballo. La otra con el grosor de las pastillas de siempre. "¡¡¡Serán gilipollas los fabricantes!!!". La chica que me surte me dice no-sé-qué de pelea entre fabricante y distribuidor. "Me cago en la puta madre que los parió". Estoy tan nerviosa que me tomo dos de golpe con la vana ilusión de un fecto doble. "Ni con ésas, ¡coño!".

Y encima llego tarde. He quedado con G. Pero me paro en la callecita del Telepizza de la Ronda de Capuchuinos, en una romería pedigüeña rematadamente loca de atar (espero que enfrente no estén los estupas). Le pregunto a otra chica. "Qué coño pasa con el corte que me han dado". Que esta noche me la suda pero que para este finde quiero lo de siempre. Pero no hay forma de tomar lo de siempre. Y a mí me cuesta horrores cambiar de productos. Vamos, me llevaré fatal con mi madre, renegaré de la educación dada pero yo lavo la ropa con Colón que es lo que ella siempre ha usado. Así que el chute está en la licodaína. Es lo que me dejaba la garganta anestesiada, no quitando el dolor sino enmascarándolo pero desapareciendo que a efectos prácticos es lo mismo.

¡Ah!, ¿de qué hablaba?...... del extinto Hibitane.

Una tableta de pastillas redondas con indefectible regusto a anís. La mayoría de las veces dejaba de salivar para que se disolviera y la mosdisqueaba seguidamente. Las tomo para el dolor de garganta (es mi talón de Aquiles en los resfriados) desde que tengo uso de razón. Es de esos productos que realmente la gente no tomaba a expensas de la popularidad de la Lizipaina. Por eso me llamó al atención que sacaran sabores nuevos (fresa, menta) en campañas publicitarias de la tele. Y ahora resula que dejan de fabricarlos sin más.

2 Comments:

Zinquirilla said...

Con este microrrelato, he querido homenajear a Bukowski, genio del cinismo malhablado e incluyo un guiño a After Hours, de Scorsese.

Joselu said...

Bukowski es uno de mis escritores preferidos. Incluso lo he recomendado a alguno de mis alumnos de cuarto de Eso que no lee aunque le maten. Y de momento está disfrutando con Factótum. Dice que se siente representado por el personaje de Chinaski.
En cuanto a lo que me dices de hacer tres exámenes en cada curso según los niveles de los alumnos, me resulta perturbador porque a veces no son tres sino más variantes las que podemos encontrar. Tengo alumnas magrebíes que no saben nada de castellano, alumnos de dictamen, otros de niveles bajísimos. Les pongo exámenes diferentes procurando que sean sencillitos para que no se desanimen. Mi formación no me facilita estas habilidades. Yo me curtí como profesor de BUP y reconozco que no sé enfocar las asignaturas para alumnos con problemas de aprendizaje o alumnos muy pequeñitos (doce o trece años). Gracias por tu presencia y tus comentarios.

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