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domingo, 9 de noviembre de 2008

El año que vivimos la crisis (2ª parte): Vagando en la oscuridad

En mi familia, muy real como todas a diferencia de la irreal que no vivirá la crisis hasta que Leonor trabaje de corresponsal en Londres, vivimos una particular crisis económica que como toda penuria quedó grabada en mi memoria cual infante dickensiano.

Ya conté en la primera parte, ¿cómo, que no leíste el post? Aquí lo tienes. Y ahora vuelve para saber cómo continua la historia.

Leer 1ª parte.

Visualmente la imagen que asocio a aquella época es la de un cielo estrellado que se recortaba entre antenas y edificios de mediana altura que una mocosa de 8 años a riesgo de torcerse el cuello contemplaba en el centro de un patio de colegio. La imagen era (lo es en mis recuerdos) bonita, pues me recordaba la madrugada semanasantera del Postigo, y de ahí vendrá mi propensión a perder la vista en un cielo inmenso. Entonces, ¿dónde están los indicios de la estrechez si nos ilustras con una imagen bonita?. Me gustan los cielos claros con nubes algodonosas y los añiles brillantes y aquel cielo tornábase pronto negruzco. Así que entraba en la portería y charlaba con sor Isabel o con sor Aurora. De ahí también viene la incomprensible (para mi hermana) afición que siempre tuve para relacionarme (pelotear, según ella) con las monjas. Siempre las vi como mujeres afables, de pegarme alguna o encontrarme con alguna humillación, no les tendría tanto cariño pero siempre me sentí afin a la comunidad.


De repente se oía la voz de mi madre entre el suave rechinamiento de un vehículo que cesaba. Entraba mi madre en el colegio tan elegante como siempre. Con su traje de chaqueta de lana crivillé en tono burdeos y rosa con cuatro pequeños bolsillos delatores del irrefutable estilo (dejo a los fashionistas como yo que comenten cuál es), envuelta en su fragancia de Worth, mi madre igualmente se entretenía hablando con la monja hasta que nos íbamos las dos en taxi a casa.

Cuando llegaba sólo tenía tiempo de bañarme. La tele podría atisbarla desde lejos mientras la puerta del pasillo no estuviera cerrada.

Aquello duró un par de meses.

Mi madre le dijo a mi padre que volvía a apuntarme al autobús que tampoco era mucho gasto, que se quitara él del fútbol.

Y volví a ser niña de autobús. Mi hermana lo fue cuando vivíamos junto al Hospital de la Macarena (mi madre logró que modificaran el trayecto de pasar por el cementerio), luego las dos cuando vivíamos detrás de la Ronda de Capuchinos (y la monitora obligaba a sentarse a las hermanas juntas lo cuál no sólo era un coñazo sino tela de incómodo cada vez que yo quería hablar con mi amiga Paloma, a la que un día por cierto le dije "mi madre dice que tienes voz de tío", ¡qué bocazas era yo entonces! aunque era cierto, la chiquilla parecía la niña del exorcista), y por fin sola cuando vivíamos en José Laguillo. Supe lo que significaba la libertad cuando estrené 3º de Egb sin tener a mi hermana mayor en el colegio.

Retomando aquel curso crítico de 4º, mi padre propuso como medida compensatoria a la crisis (toma nota ZP) que me quitaran del bus y él me llevaría al colegio. Salvo por las tardes a las 5, que él aún estaba trabajando y se encargaría mi madre. Y así fue.

Pero mi madre nunca lograba estar en el colegio a las 5. En cambio a la madre de Arancha, la veíamos a las 4.30 las tardes que teníamos gimnasia a última hora, sentada en uno de los bancos de piedra del patio. Claro que la vez que me acerqué a saludar a la señora, me pareció muy hortera y antipática.

Los primeros días me pareció divertido quedarme en el cole. Me ponía a leer, hacía los deberes en la portería, luego me ponía a jugar en el patio (supongo que de ahí también vendrá mi extraordinaria capacidad y gusto por jugar sola). Un día vi que el horario de pintura coincidía con la tardanza de mi progenitora, por lo que le propuse apuntarme. Eso sí, las clases terminaban a las 6 y mi madre seguía recogiéndome a las 7. A veces venía con las bolsas del supermercado del Corte Inglés y así se ahorraba de ir a la mañana siguiente.

Por las mañanas, mi padre se exasperaba si yo no era puntual. La mayoría de las veces me esperaba dentro del coche y me obligaba a ir delante para que no pareciera un chófer. En la radio hablaba el cabo Cabella sobre el tráfico y mi padre bromeaba con el programa de Antonio Herrero diciendo que el primero de la mañana era él. Luego se metía con uno que corría por la Alameda ("lo conocía de "shequetito" del barrio y era muy blandengue y ahora con 40 años se pone en calzonas y con una cinta en la frente a correr a las 8 de la mañana"). Yo me fijaba en una señora que tenía la cara muy pálida pese a todos los coloretes que se echaba encima. Los ojos con rímel verde y la boca roja intensa, con una mata de pelo azabache y ensortijada. Me recordaba a Lola Flores aunque yo intuía que más bien era la protagonista de Ojos verdes. Lo comenté en casa y mi madre le dijo a mi padre que de atajo por la Alameda nada, que tirara por otro sitio. Mi padre nunca le hizo caso y me guiñaba un ojo de cómplice. Me gustaba recorrer los aledaños de San Martín, con aquel muro de iglesia derruido, las pintadas ininteligibles en las casas, los rastrojos quemados en la plazoleta Europa donde sólo había una casa en condiciones. Una casa que siempre estaban reformando y pintándole la fachada.


Llegaba al colegio a eso de las 8 y media (en vez de a las 8.50 con el bus), pero me gustaba la idea porque me daba tiempo de jugar a los cromos o a la comba.

Al año siguiente, yo puse la solución al asunto. Continuará...

En el próximo post: salir ganando de la crisis

13 Comments:

maria jesus said...

¿Para ahorrar tu madre te iba a buscar en taxi? Ja ,ja ,ja.Me has recordado mi época de colegio, tambien a mí me gustaba charlar con las monjas y guardo buen recuerdo de ellas.Mis hijos tambien se quejan de que siempre llegaba tarde a buscarlos, aunque cuando iba pronto, protestaban porque se querian quedar jugando. Sigue con la historia, por favor y no tardes en poner la tercera parte, es bueeeniisiima. Un beso

Zinquirilla said...

Es que si no cogía un taxi, las monjas ya me daban de cenar :D, aparte de que mi madre no ha cogido un bus en su vida, bueno no, el microbus que había en los años 80 precisamente, cuando llegó Tussam y la modalidad de ir de pie, mi madre siguió afiliada al sctor taxista (en eso he salido yo a ella, cuando llego tarde cojo un taxi).

RAMPY said...

Qué tiempos aquellos!. En mi caso, mi colegio estaba bastante cerca de mi casa y no teníamos necesidad de que nos recogieran porque íbamos nosotros solos. Fueron tiempos memorables , y se me cae las lágrimas de recordarlo
Un besazo enorme
Rampy

Adolescente18 said...

Pobrecilla, te imagino allí esperando, pobrecilla jajajajaja

Besitos

Io said...

¡Qué bonitos recuerdos!

Me viene a la memoria la Olivetti antigua y negra que utilizaba mi padre, y los zapatazos que pegaba.

Yo con las monjas tuve mis mases y mis menos, pero hubo una en concreto, la hermana Dolores Cabeza, a la que no olvidaré mientras viva. Tenía carácter y corazón a partes iguales, y aprendí mucho con ella, y no sobre asignaturas, sobre la vida.

Al colegio iba y venía andando. Pero mi madre de vez en cuando me daba la sorpresa y se presentaba a recogerme, y yo pegaba saltos, por poder caminar de su mano y juguetear con su pulsera. (Te echo de menos, mamá)

Por último, un recuerdo para Antonio Herrero. ¡Qué pérdida!

Un beso, y perdón por enrrollarme tanto.

Alquimista said...

A mi colegio íbamos prácticamente todo el mundo andando o en autobús y eso que estaba en las afueras de la ciudad. Lo de ir a recoger en coche los padres como algo generalizado me parece un hecho algo más reciente. En mi cole casi no se veía un padre a la hora de la salida.

Zinquirilla said...

El Bup lo hice en otro colegio que me cogía más cerca e iba andando.

Io gracias por compartir tus recuerdos sobre todo en un comentario largote ;-)

AKSARAY said...

Bufffffffffff yo iba en Bus , y odiaba quedarme a comer en el cole... con lo ricos que están los pucheros de mamá¡¡¡

Joselu said...

Guardo también un buen recuerdo de las monjas de mi parvulario, muy diferente del tenebroso mundo de los curas a los que fui a partir de los seis años. Eso sí, estas monjitas se entretenían en aterrorizarnos con la descripción detallada del fin del mundo, que a mí me espeluznaba.

Pedro said...

Vaya, los recuerdos de la crisis no dejan de ir asociados a buenos momentos. Me gusta tu punto de vista, no sé quizás por sentirme un poco mirón en los recuerdos ajenos.


Un saludo,


Pedro.

Zinquirilla said...

Lo que no fui es niña de comedor, jeje.

Para los que no son de/no conocen Sevilla, comentar que la Alameda en los años 80 era una zona muy abandonada donde se concentraba la prostitución aunque yo le llegué a preguntar a mi padre si había un hospital por las jeringuillas que veía a veces en el suelo.

Años después, vi a aquella mujer con el mismo pelo negrísimo.

Pedro ya te habrás dado cuenta de lo mucho que me gusta hablar de mí aunque cuando escribo no soy consciente de que me leen por eso cuento así mi cosas.

Sabor Añejo said...

Que bien cierto es que cualquier tiempo pasado nos resulta más atractivo. Me ha gustado mucho tu entrada.

Saludos

Zinquirilla said...

Sabor Añejo bienvenida al blog.

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