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Siempre recibimos cuando damos.

Una canción

jueves, 16 de julio de 2009

John Kennedy Jr.

Hilvanamos las noticias de la actualidad a nuestros quehaceres más cotidianos, de tal modo que engarzamos unos recuerdos y otros para que nuestro discurrir en el mundo vaya acompañado de toda la parafernalia que rodea a la más rabiosa actualidad. Hay ocasiones en que, pareciendo dicha asociación un fiel reflejo del gran teatro que es el mundo, los acontecimientos más graves o trascendentales nos pillaron en las situaciones más insignificantes o irrisorias.

Todo esto se resume en la famosa coletilla: ¿Dónde te cogió...?

Hoy se cumple el décimo aniversario de la muerte de John Kennedy Jr. Un muchacho que me caía bien, o más que bien, dado que en mi familia los Kennedy de Masachusetts nos son tan familiares como la parte de la familia que vive en Jerez.

Dejando a un lado, el corolario de conocidas fatalidades de dicho clan, aquella muerte me dejó sin desayunar y aún recuerdo cómo supe de la noticia.

Fue un fin de semana especial. Aquel verano resultó fantástico y en post sucesivos, aprovechando que han pasado justo 10 años, lo iré contando. Me encontraba en Cazorla, donde me había alojado en el recién estrenado albergue juvenil de la localidad. Con unas instalaciones fantásticas y una ocupación casi de temporada baja que recuerdo perfectamente aunque no he vuelto a ir. Aún recuerdo el portón tachonado del antiguo palacio que había sido aquel edificio y cómo aquella chica pelirroja de nariz respingona se despidió efusivamente de mí con una sonrisa pícara que describía mi estado de ánimo. Después de unas vacaciones inolvidables me disponía a encontrarme con mi novio para recorrer juntos aquellos parajes. La idea, no podía ser de otra forma, había partido de mí. En vez de permanecer los quince días previstos, los acortaría aprovechando que coincidía con el viernes. Con la excusa de recogerme y pasar el día juntos en Jaén, era mi novio el que me tenía reservada una sorpresa.

Nos encontramos en la plaza principal conforme se va bajando. Después de recorrer la localidad me dice que tenemos tiempo de echar un vistazo a Úbeda. Aparca en la explanada de la Iglesia del Salvador y me propone tomar un refresco en el Parador. Entramos y se dirige hacia un ascensor. Yo me quedo mirándolo sin entender qué hace y él hace un ademán despreocupado con la mano. Le sigo y al final de un pasillo entramos en la habitación más bonita que había visto en mi vida. Aquella noche fue la única ocasión en que he dormido bajo un dosel.

Nada más ver a mi novio le había bombardeado a preguntas para enterarme de las noticias. Era un año previo al fenómeno Gran Hermano y yo ya sabía lo que era estar aislada durante una quincena y conviviendo con personas que no conocía en absoluto. Mi inconsciencia no se vio eclipsada por un aluvión de novedades y las respectivas familias también se encontraban bien, pasando sus vacaciones tranquilamente. Al día siguiente, por la mañana, al entrar en el comedor para desayunar, me abalanzo sobre una mesita donde se amontonaba la prensa.

Ocupando la primera plana de un medio que lo había fotografiado desde el primer instante de su vida, su rostro sonriente, símbolo de su nación, parecía saludarme en claro contraste con el penumbroso shock en que me había sumido.

- ¡Ha muerto John John!
- John ¿qué?
-¡Menos mal que no había pasado nada!

Mi novio mira impertérrito el Abc que le he dirigido con destemplanza a los ojos. Lee el breve titular y deduce por el apellido de quién se trata.

Yo a partir de entonces no soy la misma. Después de quedarme un rato embobada haciendo memoria del muchacho -Virginia, ¿de verdad que no quieres la porción de mantequilla?-, siento deseos de charlar con mi hermana - De ninguna manera que me he traído el móvil de la empresa-.

Mi novio me miraba entre desconcertado y divertido. En realidad me conocía sobradamente como para sorprenderse de mi actitud aunque por su carácter noble no me reprochó que me pasara todo el tiempo pensando en el nota en vez de disfrutar del desayuno que tomábamos juntos en la antigua casa del Condestable Dávalos.

Ávida de noticias como estaba (cómo había ocurrido), de detalles de la tragedia (que si él pilotaba), de oír una y otra vez las manidas frases (la tragedia de los Kennedy).

John Kennedy Jr. no hizo mucho en su vida. Decir eso no lo favorece en absoluto pero esa es la imagen que nos querían vender y pienso que él optaría por no desmentirla. Más guapo que su madre pero menos carismático que su padre, el niño que nació en una casa blanca que ni resultaba ser un hospital ni como el resto de los hogares, era recordado como el huérfano que conmovió al mundo (a un mundo aún acongojado por el magnicidio) con su balbuceante saludo militar.

Luego creció sobreprotegido por una riqueza que le era tanto propia como postiza, lucía modas hippys, que no estilos, entre innumerables acontecimientos familiares más tarde, de vez en cuando se escapaba algún flash en las exclusivas fiestas de Manhattan que iban a parar a su siempre elegante figura.

No fue político como le correspondía por herencia familiar pero coqueteó con actividades pseudopolíticas, la mayoría de ellas consistirían en convenciones Demócratas que contaban con su reclamo. Se había graduado en Historia y posteriormente en Leyes. A la tercera aprobó un examen que lo capacitaba como abogado auxiliar de distrito. Era finales de los 80 y el yuppismo de la década se esculpía a base de gominas y tirantes. Él siempre aportó un aire fresco y jovial. Que si iba en metro, que si hacía jogging por Central Park. Perseguido siempre por decenas de paparazzis que le apodaron John John. La elegancia innata que poseía se desprendía tanto de sus impecables smoking como de sus camisetas sudadas. Su imagen, era una postal más de Nueva York.


Hetero hasta la médula o tan pichabrava como su padre, hablando en plata, su lista de romances era larga pero también variopinta. La farándula y el cine eran granero de sus conquistas no siempre acorde con el muchacho. No en vano, el ¡Hola! sólo tildaba de "informal" a la hortera de Daryl Hannah cuando ambos estuvieron liados. Fue el soltero neoyonquino más cotizado o el...

En un momento dado se sumergió en el mundo editorial con la fundación de la revista política George de la que se recuerda más el primer número con la caracterización de Cindy Crawford a lo George Washington que el año en que desapareció del mercado a manos de otro editor. Aparentemente fue una empresa fracasada que nació y se nutrió de millonarias inversiones pero que mostró el lado más jocoso y a menudo transgresor del joven vástago con entrevistas al archienemigo Castro o a Mike Tyson en la cárcel y aquellas declaraciones sobre sus primos Joseph y Michael involucrados en varios escándalos "como los mejores ejemplos de prototipos de mala conducta". En varias ocasiones habló con entusiamo de la labor periodistíca y de que por primera vez sentía que algo era suyo porque lo había creado no porque le venía dado.


Pero eran tantas cosas las que les venía dada: atractivo, riqueza, romances. Hay quienes hablan de él como una persona educadísima y muy sencillo. Las maneras cordiales y exquisitas (herencia "francesa" de Jackie) y la simpatía y deportividad (herencia all american de JFK) confluían en él. Quizás por esa mezcolanza y porque las palabras bíblicas que tanto citaba la matriarca Rose ("A quien se le dio mucho, se le reclamará mucho) fueron las que marcaron su vida de 38 años. Amante de animales, solía pasear con su perro Friday. Estuvo en España prácticamente de incógnito, concretamente en Zafra donde hizo una donación a la Hermandad del Cristo de la Humildad y Paciencia. Y deportista empedernido. Su muerte no sólo es trágica (e incluso con tintes absurdos) sino que está impresa por ese modo de vida que los mortales comunes ni tenemos ni entendemos.


John Kennedy Jr. se estrelló en la avioneta que pilotaba mientras se dirigía junto a su esposa Carolyn (gélida rubia, de atractivo descolorido pero con mucha clase) y su cuñada Lauren Bessette a Martha's Vineyard (Massachusetts) donde se celebraba la boda de su prima Rory (hija de Bob). Un vuelo al atardecer en unas condiciones de escasa visibilidad para un piloto no experimentado al que el día anterior habían quitado la escayola de una pierna.

Joven, enérgico, vital. Como si cada dia fuera el último atardecer.



Me he permitido una pequeña licencia dramática, la portada del Abc fue ésta.

4 Comments:

Ana said...

Tienes una manera muy curiosa de hablar de ti y de las noticias.

Tampoco sabia mucho de John Kenedy pero es una pena que muriera tan joven.

Un beso.

Dana Andrews said...

Triste final para un gran hombre

Juan Duque Oliva said...

Que guaaaapo

Zinquirilla said...

Ana, es mi forma de escribir, aparte de que siempre acabo hablando de mí, sea cual sea el tema :D

Es una pena sip, coincido tambié contigo Dana Andrews.

Y era guapo a rabiar, en eso no hay duda, Luz de Gas.

Un saludo a los tres!

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