Anoche vi la gala de los Oscar. Y pasé una buena noche con la compañía virtual de la peña, en el msn, el facebook y el blog que iba leyendo. Más calor recibí de ellos que el acaloramiento que me podría haber provocado la ristra de gags que brillaron por su ausencia en la gala.
No he visto It's complicated (en el Pc está de las muchísimas descargadas, osea, interés en verla había) pero cabe suponer que la chispa que surgió del encuentro de Steve Martin y Alec Baldwin les convertía en la caña de Hollywood, lo más ocurrente para presentar una gala, que año tras año adolece de momentos flojos.
Hay una excepción: la frescura, la agilidad (física, mental e incluso vocal) y el brillante y enérgico sentido del espectáculo del maromazo de Hugh Hackman que fue un excelente host la pasada edición. ¿Por qué no repitió como hicieron Ellen Degeneres y Jon Stewart que supieron darle a las ceremonias un toque humorístico de calidad, alejado de las payasadas sin gracia del ochentero Billy Crystal? No hay respuestas. Y me temo que el presupuesto de contratar a los dos carcas (no por la edad sino por los sosos que estuvieron) se llevó todas las partidas destinadas a números musicales y decorado).
Han sido unos Oscar aburridos, deslucidos, totalmente átonos. Y de principio a fin. Una red carpet donde estaban los mismos y faltaban los mejores. Se recuerda la anécdota de Orson Welles que alegó estar fuera cuando en realidad estaba en su casa viendo la retransmisión de su premio honorífico en compañía etílica de John Huston que supuestamente se lo iba a entregar. Pues eso hacen cada vez más los que pasan de ir. La mayoría se van directamente a las fiestas sin pasar por el Kodak Theatre. La que dicen ser mejor fiesta, la de Elton John, empieza media hora después de la ceremonia.
Y en cuanto a los premios pues cero sorpresas. Pero ni una. Por mucho que algunos medios digan que sí. Se premió el talento no profesional de Mo'nique tan desmesurado como su peculiar físico (bonito detalle de las gardenias en recuerdo a Hattie MacDaniel, no obstante). Se premió la mejor actuación de los 20 nominados, un Christopher Waltz capaz de hacernos reír interpetando a un nazi. Se premió a un actor magnífico, de culto, un fuera serie, Jeff Bridges, que se lleva ahora lo que no le dieron por El gran Lebowitz (y por cuatro más). Se premia a Kathryn Bigelow, una mujer directora. Es la ocasión de saldar una cuenta pendiente y eso a Hollywood le encanta. Para rizar el rizo, es ex del histriónico James Cameron que de rey del mundo se ha quedado en papá pitufo de su planeta inventado. Y se premia a una dinamitera de las taquillas, la otrora parlanchina, dulce y horterilla (eso le resta) Sandra Bullock. Lo predije hace unos días en el blog de Lee. Y por supuesto prefiero que los repartidores sean sorprendentes y no verlos aparecer y cantar el premio (desde papá e hijo Douglas con Chicago, Sofía Loren con Roberto Benigni a este año Pedro Almodóvar con Campanella y Barbra Streissand con Kathryn Bigelow).
Pues lo dicho, 4 favoritos que ya recibieron sus premios en los Sag (Screen Actors Guild) que se afianzan como certera premonición frente al termómetro tradicional que constituían los Globos de Oro. ¡Qué fácil ha sido este año rellenar la quiniela!.
Por cierto, me chirría que se insista en la condición de fémina de la Bigelow. Si es la única directora nominada es que hay tres que lo hagan y a estas alturas, nada (excepto el buen talento que no entiende de género) se lo impide. Oí a Pe decir que quiere dirigir, adelante, aquí tenemos a una buena directora como es Icíar Bollaín. Si no hay más directoras es porque no les gustará o no valdrán. No hay otra cosa, ni hay que destinar más dinero.
Hubo buenos momentos en la gala. Escasos y no extraordinariamente brillantes pero que aún así nos hicieron pasar un buen rato, que es de lo que se trata: la actuación de Neil Patrick Patrick (¿qué tal si presenta los Oscar the next year?); el homenaje a John Hughes, más que nada por la presencia de los alter egos de nuestra adolescencia cinéfila como Molly Ringwald; la presencia de Tom Ford (voy a ver A single man ¡ya!), el hombre más elegante de la noche; más alegrías para nuestros ojos: ese tandem de Butler & Bradley. Y ese sprint final, vamos-qué nos-vamos de Tom Hanks (¿fallo, desidia? ¿qui lo sá?).
Éstos son los Oscar. Una ceremonia que nos gusta sin gustarnos. Nos gusta verlas y nos gusta ponerla a parir que para eso se lucen.
No he visto It's complicated (en el Pc está de las muchísimas descargadas, osea, interés en verla había) pero cabe suponer que la chispa que surgió del encuentro de Steve Martin y Alec Baldwin les convertía en la caña de Hollywood, lo más ocurrente para presentar una gala, que año tras año adolece de momentos flojos.
Hay una excepción: la frescura, la agilidad (física, mental e incluso vocal) y el brillante y enérgico sentido del espectáculo del maromazo de Hugh Hackman que fue un excelente host la pasada edición. ¿Por qué no repitió como hicieron Ellen Degeneres y Jon Stewart que supieron darle a las ceremonias un toque humorístico de calidad, alejado de las payasadas sin gracia del ochentero Billy Crystal? No hay respuestas. Y me temo que el presupuesto de contratar a los dos carcas (no por la edad sino por los sosos que estuvieron) se llevó todas las partidas destinadas a números musicales y decorado).
Han sido unos Oscar aburridos, deslucidos, totalmente átonos. Y de principio a fin. Una red carpet donde estaban los mismos y faltaban los mejores. Se recuerda la anécdota de Orson Welles que alegó estar fuera cuando en realidad estaba en su casa viendo la retransmisión de su premio honorífico en compañía etílica de John Huston que supuestamente se lo iba a entregar. Pues eso hacen cada vez más los que pasan de ir. La mayoría se van directamente a las fiestas sin pasar por el Kodak Theatre. La que dicen ser mejor fiesta, la de Elton John, empieza media hora después de la ceremonia.
Y en cuanto a los premios pues cero sorpresas. Pero ni una. Por mucho que algunos medios digan que sí. Se premió el talento no profesional de Mo'nique tan desmesurado como su peculiar físico (bonito detalle de las gardenias en recuerdo a Hattie MacDaniel, no obstante). Se premió la mejor actuación de los 20 nominados, un Christopher Waltz capaz de hacernos reír interpetando a un nazi. Se premió a un actor magnífico, de culto, un fuera serie, Jeff Bridges, que se lleva ahora lo que no le dieron por El gran Lebowitz (y por cuatro más). Se premia a Kathryn Bigelow, una mujer directora. Es la ocasión de saldar una cuenta pendiente y eso a Hollywood le encanta. Para rizar el rizo, es ex del histriónico James Cameron que de rey del mundo se ha quedado en papá pitufo de su planeta inventado. Y se premia a una dinamitera de las taquillas, la otrora parlanchina, dulce y horterilla (eso le resta) Sandra Bullock. Lo predije hace unos días en el blog de Lee. Y por supuesto prefiero que los repartidores sean sorprendentes y no verlos aparecer y cantar el premio (desde papá e hijo Douglas con Chicago, Sofía Loren con Roberto Benigni a este año Pedro Almodóvar con Campanella y Barbra Streissand con Kathryn Bigelow).
Pues lo dicho, 4 favoritos que ya recibieron sus premios en los Sag (Screen Actors Guild) que se afianzan como certera premonición frente al termómetro tradicional que constituían los Globos de Oro. ¡Qué fácil ha sido este año rellenar la quiniela!.
Por cierto, me chirría que se insista en la condición de fémina de la Bigelow. Si es la única directora nominada es que hay tres que lo hagan y a estas alturas, nada (excepto el buen talento que no entiende de género) se lo impide. Oí a Pe decir que quiere dirigir, adelante, aquí tenemos a una buena directora como es Icíar Bollaín. Si no hay más directoras es porque no les gustará o no valdrán. No hay otra cosa, ni hay que destinar más dinero.
Hubo buenos momentos en la gala. Escasos y no extraordinariamente brillantes pero que aún así nos hicieron pasar un buen rato, que es de lo que se trata: la actuación de Neil Patrick Patrick (¿qué tal si presenta los Oscar the next year?); el homenaje a John Hughes, más que nada por la presencia de los alter egos de nuestra adolescencia cinéfila como Molly Ringwald; la presencia de Tom Ford (voy a ver A single man ¡ya!), el hombre más elegante de la noche; más alegrías para nuestros ojos: ese tandem de Butler & Bradley. Y ese sprint final, vamos-qué nos-vamos de Tom Hanks (¿fallo, desidia? ¿qui lo sá?).
Éstos son los Oscar. Una ceremonia que nos gusta sin gustarnos. Nos gusta verlas y nos gusta ponerla a parir que para eso se lucen.
2 Comments:
Es que lo de Hugh Jackman fue dejar el liston alto.
Estos llegan a contratar a Buenafuente y lo hace mejor...
Pues si tú lo dices no quiero ni imaginar lo que yo habría pasado, que de cine estoy cortito...
Besos.
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