Ejecutoria de hidalguía ofrecida por Felipe II a los hermanos Gascón (1569). Archivo de Simancas. Del latín
scriptūra,
la escritura es la
acción y efecto de escribir, esto es, de representar las palabras o las ideas con letras u otros
signos trazados en
papel u otra superficie. Esta definición clásica del término escritura, va acompañada de otras tantas, formuladas por la hornada de paleógrafos que la han propuesto. La de
Lucien Février, "el procedimiento del que se ha valido el hombre para fijar la lengua articulada, fugitiva por naturaleza", desprende cierto halo romántico en su concepción de la lengua y no hace sino reafirmar el carácter sólido del soporte de la escritura, uno de los ejes de la
Paleografía.
Sin entrar en disquisiciones actuales que denostan la separación entre materiales blandos y duros, aunque sin olvidar que dicho punto, por muy restrictivo que sea, nacido al socaire del monje
Jean Mabillon en el siglo XII, posibilitó la formación de otra disciplina histórica como es la
Epigrafía (encargada de los escritos en soportes duros, tales como bronce, piedra, mármol); en un día como hoy de recordatorio de la
imprenta de Gutenberg, y cuando yo misma junto a millones de personas escribimos nuestras impresiones en un espacio virtual (el soporte sería el disco duro del servidor) y ante la aparición del libro electrónico (curioso que aún lo llamen "libro"), voy a hacer
un recorrido por los distintos soportes que acogieron el arte de la escritura.Constituye una tecnología, revolucionaria y utilísima, cada soporte que ha recogido las ideas del animal cultural que somos, en palabras de Carlos París. Desde la solución del pesado, opaco, rígido, compacto y espeso barro de las tablillas sumerias, se alcanzaron felizmente las leves, finas, flexibles, alisadas y sutiles películas del papiro y pergamino, hasta llegar a la extensión que permitía el papel industrial. La elección de la materia en la que se escribe o soporte sustentante de la escritura (in quo scribitur) viene condicionada por factores sociales, políticos, religiosos y económicos y a su vez por el tipo de escritura: con qué instrumental se ha escrito y de qué material se han conformado los signos sobre el soporte, como son las incisiones, tintas, o soporte sustentado (ex quo scribitur).
Tablilla sumeria, dinastía Ur III.
La escritura nace en Mesopotamia por una mera necesidad de administración para llevar cuentas y anotaciones agrarias. Es interesante observar cómo nace antes el documento que el libro y antes el archivo gubernamental que la biblioteca literaria. Con una milenaria tradición en la elaboración de cerámica arcillosa y decorada con incisiones, no hubo en realidad necesidad de crear un nuevo soporte. Los alfareros moldeaban la arcilla, muy fina, hasta darle una forma de tablilla levemente convexa para una mayor consistencia. El escriba, tal y como reflejan los bajorrelieves asirios y babilónicos, incidía en la arcilla húmeda y blanda con una cuña de metal, marfil o madera. De ahí el nombre que recibe esta escritura, cuneiforme, que consiste en una serie de pictogramas. Una vez finalizado el recuento, la tablilla se cocía al horno. Era sin duda un material oneroso de transportar pero su destino era el de las estanterías de palacios donde se alineaban dejando a la vista el filo que llevaba una especie de membrete para su localización. Aunque frágiles en su caída, se fracturaban de modo que se podían recomponer y eran incombustibles, por eso han llegado hasta nosotros en medio de tantos avatares históricos.
Tablillas, sellos y cálamos junto a monedas ejemplifican la relación entre el comercio y la escritura en este fresco de Pompeya. También hubo tablillas de otros materiales. En menor medida, de metal y con mayor abundancia, de madera recubiertas de cera. Éstas, humildes pero muy eficaces, utilizadas por sumerios, egipcios, griegos, romanos y con plena vigencia en la Alta Edad Media, quedan recogidas en testimonios escritos o artísticos y apenas se han conservado por sus materias orgánicas. Eran tablas rectangulares de madera cubiertas de cera, a modo de las pizarras que conocemos hoy día. No obstante, precisamente por ser abundante, barato y fácil de usar y transportar, fueron el soporte más usado en la cotidianidad de esas sociedades históricas. Cartas personales, documentos de compraventa, anotaciones de todo género, borradores de discursos, las famosas notae tironianae (la taquigrafía empleada por Tirón, esclavo de Cicerón), apuntes, minutas, ejercicios escolares. Todo ello quedó recogido en las tabullae, que además se reutilizaban como bien recomendaba Horacio (1). Los estilos o cálamos con los que se escribía, acababan en una especia de espátula con la que se rascaba la cera borranndo lo escrito y ya se podía reescribir.
Frescos pompeyanos que representan a Safo (arriba) y a Terencio (abajo).
Merece reseñar que estas tablillas se agrupaban en dípticos, trípticos o polípticos, según el número, formando así un Codex o Códice, con la misma forma que tiene el libro. Fueron sus formas las que concibieron los libros de pergamino, encuadernados y cosidos por el lomo. Según Joseph van Haeltst, la sustitución progresiva del rollo de papiro por el códice de pergamino es un "acontecimiento capital en la historia del libro, probablemente mucho más importante que el descubrimiento de Gutemberg".
El
papiro no sólo nace en
Egipto, como planta y como soporte escrituario, sino
que se identifica al instante con la civilización egipcia. Como el bambú en Asia, o el ágave, la pita y el amatle en Sudamérica, el papiro (
Cyperus papyrus, en griego
biblos), planta de marisma, de raíz tortuosa, gruesa como un puño, con tallo áfilo de corte triangular coronado por un penacho, que alcanzaba a veces los 6 metros de alto; era una planta de uso social que seguía el ciclo anual del Nilo. Con el papiro se hacían sandalias, paños, cestas, velas de barcos e incluso era comestible pues su raíz se chupaba como la chufa. El que se cultivara en el bajo delta del Nilo propició una importantísima industria monopolizada por Egipto hasta época romana. Eso no quiere decir que fuera accesible a todos, era un material caro y muy preciado y por ello no tenía parangón. Hasta fecha tan tardía como es mediados del siglo III d.C. no fue reemplazado, nunca sustituido, por el pergamino.
Su importancia alcanza la terminología de la Paleografía. Términos como Biblia, papel, carta, página, volumen y protocolo proceden de nombres griegos de sus partes o del aelaboración y manejo del mismo. (2). Me detendré en lo que os puede resultar más interesante, la elaboración del papiro apto para escribir a partir de la planta, aunque señalo de antemano que el resultado nunca perderá su carácter genuinamente vegetal. Cuando estaba maduro, se pelaban del papiro las cortezas de los tallos con un cuchillo muy afilado para obtener una especie de lonchas finas de casi 40 cm. de alto, que se colocaban yuxtapuestas y superpuestas sobre una tabla humedecida como un cañizo en varias capas hasta que se adherían con su propio jugo. Se batía con un mazo que favorecía que ese jugo o savia vegetal hiciera de pegamento natural y que el papiro "carteara", es decir, hiciera el ruido típico de mover una hoja. No hacían falta colorantes plara blanquear el papiro y finalmente se bruñía y alisaba con una pieza de marfil o una concha. Estas láminas ofrecían las propiedades contradictorias -resistencia y ligereza- de un buen soporte de escritura. Las fibras horizontales conformaban el rayado idóneo para escribir y las fibras verticales evitaban un deshilachado. El conjunto de láminas se encolaban sucesivamente hasta conformar un rollo que se envolvía y desenvolvía para escribir y leer. En los extremos se colocaban varillas de variados materiales y una fina etiqueta pendía de los papiros con el título de la obra. Es una imagen asaz conocida.
Se escribía con un tallo alto de junco de las marismas de unos 15-25 cms. de altura con la extremidad cortada en bisel. Se colocaba el papiro sobre una paleta de madera o marfil inclinada que tenía en su parte superior dos orificios, uno para la tinta y otro para el cálamo. Tanto si era de junco como de pluma, se alisaba el tallo despojándolo de todo resto para su cómodo uso, por lo que es toda una invención que se mantuvieran los vexilos. Esta imagen se perpetuará durante siglos y llegará hasta la Plena Edad Media a través de las miniaturas del scriptorium monástico.
Libro de los Muertos. Papiro de Hunefer. Imperio Nuevo (hacia 1310 a.C.) Con el papiro, se multiplica la producción escrita y los centros que lo custodia como archivos y bibliotecas. La más celebre y desgraciada, la Biblioteca de Alejandría. También aparecen las librerías y la figura del librero. Una sóla obra es producida en varias unidades y se comercializa el libro. Como todos los productos, el papiro podía ser de variada calidad, el poeta Casiodoro ensalza la suavidad de la nilótica selua (planta del Nilo) y Plinio establece nueve modelos desde el más sedoso hasta el áspero que se usaba como envoltorio. Tenemos testimonios de Vitrubio, Marcial y otros sobre su conservación. Sin duda, el clima seco de Egipto era el más propicio aunque le podía perjudicar tanto la humedad como el calor excesivos conjuntados, favorecedores de la proliferación de elementos no deseados. El rollo de papiro se conservaba en recipientes de madera o arcilla y era imprescindible que recibiera una generosa capa de aceite de cedro para alejar a los insectos bibliófagos. Ese aceite, a veces en forma de goma o resina, le daba el color amarillento que observamos hoy día.
El Vergilius Vaticanus (siglo V d.C.) uno de los códices más antiguos que se conservan. Biblioteca Apostólica Vaticana.
Se han conservado numerosos papiros egipcios, así como códices romanos. Éstos eran a su vez copias de obras griegas. La cancillería vaticana pronto se sumaría a la producción documental. Pero la materia prima siempre procedía de Egipto. Que fuera provincia romana aseguraba su aprovisionamiento aunque siempre hubiera una dependencia de Occidente respecto al monopolio del delta del Nilo. Con el tiempo se reservó su uso a los documentos y obras más importantes y solemnes. Empieza a usarse el pergamino, de origen animal y con una técnica diferente como veremos en un próximo post.
(1) Saepe stilum vertas, iterum quae digna legi sint scripturus. Cambia a menudo la pluma, de la punta al rascador, si quieres escribir algo que merezca la pena ser releído.
(2) Reproduzco aquí la procedencia de los términos: fibras vascularese (biblos), planta (papyros), transformación en soporte apto para escribir (charta), su enrollamiento de partes encoladas (tomos, cilindros, volumen), sus hojas separadas (paginae, plagulae, scheda o cédula), su primera y última hoja (protocolon y escatocolon).
Escrito originariamente en marzo de 1996.