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jueves, 24 de julio de 2008

Vaticinando el caos

Esa variante zoológica del síndrome de Diógenes que mi hermana le adjudica irremediablemente a mi vejez no va conmigo. Ni me gustan los gatos ni sirvo para tener jaulas de pájaros y si bien, le perdí el miedo a los perros hará unos 10 años, no me gusta que me olisqueen y menos que me chuperreteen.

Me quedo con mis papeles y mis libros.

Adoro el desorden, qué le vamos a hacer. Con el tiempo he sido consciente de que no me gusta el orden. Visito la casa de mi amigo A. y observo con horror lo blanco e impoluto que está todo: hasta las revistas las tiene perfectamente alineadas bajo el cristal de una mesa baja. Y no es que el chico sea un maniático, es simplemente ordenado y cuidadoso. En cambio me encantaba descubrir papelejos en la casa de J. (hasta una cena de un San Valentín -que no le pega nada- con la ex llegué a descubrir en el suelo así como cientos de cómics y cachivachs de ordenadores -aquello era un cementerio informático, desde luego). Y me gusta el cuarto del ordenador de C., (quizás porque se encuentre en un punto intermedio con esas latas simétricamente alineadas y las montañas de papeles dispuestos en el viejo mueble tan bonito).

Ni el orden ni el cuidado podrían encontrarse entre mis actos, los cuales echan por tierra los genes de pulcritud que ha reproducido toda mi parentela.

Me gusta apilar los libros bien en una mesa de estudio que tengo (nunca le he dado ese uso) bien directamente bien en el suelo, suelo pasar montañas de ropa de la cama a un cesto de mimbre y viceversa, he llegado a dormir con la ropa puesta en varias ocasiones, a veces no se ven las baldosas del suelo de mi cuarto. Rastreando en mi infancia, cuentan que sacaba punta a los lápices y dejaba las viruta en el pupitre que nunca cerraba bien su tapa de como estaban los libros amontonados. Aprendí a hacer el ocho sin dibujar dos pelotas pegadas garabateando la pared empapelada del cuarto de mi abuelo.

No me extraña que tenga indicios suficientes como para q mi hermana aventure mi estrambótico fin. Pero os diré lo que realmente me aterra: la pérdida de la memoria. No me gusta hablar de mí en cuanto a lo que soy, sino por lo que hago. Y mi vida se teje del fuerte hilo de la memoria, los pespuntes que se pierden son retazos de mi vida y es la nostalgia quien hilvana el paso del tiempo en mi vida.

2 Comments:

Dalia said...

¡Qué barbaridad! Si parece mi cuarto, o mejor dicho, esto es calcadito, calcadito a todo mi piso invadido de paeplotes, apuntes y demás papelotes más o menos relevantes y necesarios y encima Peter es igual que yo o peor y me llena la casa con folletos variados.
Hay que ser positivo, si es cierto que los hijos llevan la contaria a sus padres por ley de vida y por fastidiar igual el mio me sale ordenado y hay esperanza de que un día no muramos sepultados bajo todo nuestro papelerio.
Un abrazo

Zinquirilla said...

¿A qué da alegría verse rodeado de los papeles y libros de uno? ;-)

Sólo se puede tardar un poquillo en encontrar las cosas pero como yo digo, "las cosas no se pierden, están ilocalizables".

Y me encanta ese lado positivo de que nuestros retoños mejorarán la especie, jaja.

Un saludo Dalia!

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