Decidió que nadie sabría en casa que no pasaba el día de Navidad en el pueblo. así que urdió un fantástico plan más propio de Los 5 de Enid Blyton que de alguien de su edad. dio a entender, los días previos a las celebraciones, que estaría fuera y acondicionó su cuarto para que no se notara que estuviera en él.
La mañana del 24 deambuló por las calles del centro observando a la gente: matrimonios cargados de comida o de regalos, parejitas acarameladas, mucha chavalería de vacaciones. se compró un libro para empezar a leer ese mismo día y ya en casa, al ponerle la fecha, escribió "mi regalo de Nochebuena". comió algo rápidamente y
se encerró en su cuarto. había separado la cama de la pared y allí se cobijó disponiéndose a leer. le venció el sueño.
La mañana del 25 salió otra vez de la casa. en esta ocasión, se dirigió a la calle peatonal que rodea el convento. estaba vacía, incluso la entrada del hotel. le llamó la atención un portalito de madera que conservaba un antiguo suelo de losetas marrones al que se accedía bajando un escalón.
Leyó los nombres de los habitantes y subió hasta la segunda planta. la puerta de la azotea tenía pestillo. ¡qué lástima! aunque no fuera muy alta la casa, tendría una pintoresca vista del centro de la ciudad, con sus azoteas abandonadas y sus antenas. se sentó en los escalones y leyó. perdió la noción del tiempo leyendo y cuando se incorporó tenía el cuerpo entumecido y aterido.
Bajó los escalones y se dirigió a una de las casas del bajo derecho. se oían voces alegres y jóvenes, entre las que destacó la de una muchacha ofreciendo más dulces. se le antojó uno y una. un dulce y una reunión, un calor y una parranda como aquella.
Salió afuera y no se oía ni se veía nada. la plazoleta estaba vacía y sin ser invitada por los pajarillos se sentó en el banco. recibía un tenue rayo solar en la cara y esa sensación fue lo suficientemente reconfortante como para que se sintiera a gusto, retomando la avanzada lectura. le gustó aquella novela que también hablaba de reuniones divertidas de gente joven. su misma situación la veía a través del prisma novelero y peliculero con que gustaba de adornar su vida.
Un día así de Navidad no lo pasa nadie, se dijo.
Cuando creyó que era la hora conveniente, se dirigió a su casa y se metió en su cuarto. así pasó lo que quedaba de tarde y de noche. se terminó la novela y en casa nadie preguntó dónde había pasado las fiestas.
La mañana del 24 deambuló por las calles del centro observando a la gente: matrimonios cargados de comida o de regalos, parejitas acarameladas, mucha chavalería de vacaciones. se compró un libro para empezar a leer ese mismo día y ya en casa, al ponerle la fecha, escribió "mi regalo de Nochebuena". comió algo rápidamente y
se encerró en su cuarto. había separado la cama de la pared y allí se cobijó disponiéndose a leer. le venció el sueño.
La mañana del 25 salió otra vez de la casa. en esta ocasión, se dirigió a la calle peatonal que rodea el convento. estaba vacía, incluso la entrada del hotel. le llamó la atención un portalito de madera que conservaba un antiguo suelo de losetas marrones al que se accedía bajando un escalón.
Leyó los nombres de los habitantes y subió hasta la segunda planta. la puerta de la azotea tenía pestillo. ¡qué lástima! aunque no fuera muy alta la casa, tendría una pintoresca vista del centro de la ciudad, con sus azoteas abandonadas y sus antenas. se sentó en los escalones y leyó. perdió la noción del tiempo leyendo y cuando se incorporó tenía el cuerpo entumecido y aterido.
Bajó los escalones y se dirigió a una de las casas del bajo derecho. se oían voces alegres y jóvenes, entre las que destacó la de una muchacha ofreciendo más dulces. se le antojó uno y una. un dulce y una reunión, un calor y una parranda como aquella.
Salió afuera y no se oía ni se veía nada. la plazoleta estaba vacía y sin ser invitada por los pajarillos se sentó en el banco. recibía un tenue rayo solar en la cara y esa sensación fue lo suficientemente reconfortante como para que se sintiera a gusto, retomando la avanzada lectura. le gustó aquella novela que también hablaba de reuniones divertidas de gente joven. su misma situación la veía a través del prisma novelero y peliculero con que gustaba de adornar su vida.
Un día así de Navidad no lo pasa nadie, se dijo.
Cuando creyó que era la hora conveniente, se dirigió a su casa y se metió en su cuarto. así pasó lo que quedaba de tarde y de noche. se terminó la novela y en casa nadie preguntó dónde había pasado las fiestas.
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