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lunes, 27 de agosto de 2007

Robo en la Biblioteca Nacional

No me negarán que el titular no es peliculero, aunque no haya una Zeta-Jones enfundada en lycra negra enrrollando los mapamundis ni un espectacular apoyo logístico tras el autor material del robo como en la estupenda novela de Asensi El salón de ámbar.

Yo, seré muy mal pensá o muy simplista y cuando oí la noticia en el telediario apenas eché cuenta aunque sí pasó por mi cabeza una idea fugaz: habrán sido ellos, los bibliotecarios, digo.

Y como en el msn se habla de todo, ayer no tocaba inicio de liga, cómo evitar la inevitable pérdida de bronceado ni se coló un metemorro (N. te copio la expresión ;-) q me hace gracia) del linkara en busca de emociones fuertes que le proporcionara una webcam. Ayer coincidió en dos conversaciones el asunto robo en la BN. Tanto porque el tema interesaba como por empatía conmigo por parte de las interlocutoras. En
realidad el interés era de ellas, yo no lo hubiera mencionado, ya os he dicho mi indiferencia pero es lo que tiene decir que una de Historia, que te endosan el muermo histórico enseguida.

Yo saqué a relucir al inefable José Gestoso. No podría pasarles aquí una reseña suya pues tengo los libros en la otra casa pero les animo a que consulten Sevilla monumental y artística. Es su gran obra, en la que recogió el catálogo de la ciudad de Sevilla a fecha de 1890 aproximadamente. Yo lo cito por dos anécdotas que muestran a las claras la forma sui generis pero castiza de hacer historia. Lo que en la facultad llaman historicismo (es que ya no vale la lista de los reyes godos, no, ahora tienes que posicionarte ante la Historia aunque afortunadamente pensadores tan vigorosos como el malogrado Marc Bloch le dieron a la historiografía el impulso necesario).

Se cuenta de José Gestoso lo vanidoso que era de su erudicción, y de cual Quijote se enfrentaba
a los viejos fantasmas del pasado. Él no sólo discutía con sus congéneres y así hoy, numeroso documentos de nuestros archivos, en especial de la Biblioteca Colombina, muestran estas glosas suyas. Además se quejaba del frío y lo incómodo de las instalaciones. Por no hablar del cansino traslado. Su solución se ve hoy como una aberración que es la de llevarse los docuemntos a su residencia. Un saqueo documental en toda regla. Un ejemplo que ni siquiera debería recordarse hoy día. El resultado fue que en su testamento ordenó el traslado de todo lo que hubiera en su despacho, incluyendo, claro está sus propias composiciones. No quedó papel sin guardar.

Por un error suyo (¡bendito error!) no se demolieron las murallas de la Macarena por los pavones (de pavos imbéciles claro) que regían la Casa Consistorial entonces. Las clasificó de romanas, es decir que ese tramo, pues continuaba por las Puertas de Carmona y de la Carne para unirse al Alcázar por el actual Paseo Catalina de
Ribera que es lo que se perdió, como se sabe. El error se entiende al estudiarse hoy día cómo los almohades reutilizaron sillares romanos y no emplearon su habitual técnica de los mechinales.

Don José María de Mena, injustamente tratado por los nuevos gurús de la historia local (localista) que respiran en la fuck, huy perdón, en la facu(ltad) y apenas homenajeado por los mismos sevillanos que tanto le debemos no cometió nunca tal desliz documental. Al contrario, era muy meticuloso en ello. Todavía hay archiveros que recuerdan sus apretadas fichas con letra gruesa.

Nota: en la referencia a los bibliotecarios no hay ningún tipo de difamaciones o injurias. sólo la opinicón subjetiva basada en la imaginación de quien escribe ésto.

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