- ¡Yo nooooooo soooy Can Carloooos! ¡Yo nooooooo soooy Can Carloooos!
Quién así gritaba toda desaforada, con las grandes coletas medio despeinadas, atravesando el ya de por sí largo pasillo de la casa, que se le antojaba más largo que la calle Torneo, con la voz próxima a la niña del Exorcista y que buscaba la impagable protección de la madre que estaba en el salón, viendo la tele o leyendo; era una niña que enarbolaba aquél grito para expeler la rabia que le provocaba tamaña injusticia. Quizá de tratarse de una novedad, hubiera obtenido algo más que una infructuosa sucesión de llantos lastimeros, consuelos intensos mas fugaces y una docilidad disfrazada en el anhelo de seguir participando. Sus posibilidades de tornar las reglas del juego eran bien ínfimas, pero en el fondo esperaba algo así.
Hablo de ello con conocimiento de causa. Viví los hechos y también me los contaron. Porque la niña, era yo.
Era yo la que no quería ser Juan Carlos que con mi lengua de trapo de 3 años unida, a mi particular bautizo de personajes (por aquella época el rubio de Hollywood no era otro sino Paúl Névan) o mi habilidad de adaptar lo que escuchaba por la tele en plan my way como hice con el barefoot hit eurovisivo cantando "Aquí, ¿quién maneja mi barca?"; quedaba convertido más en nombre de chucho (o de finca gerundense) que en ilustre monarca.
¿Y por qué diantres yo no quería ser Juan Carlos I?
En casa no había azules que me indujeran a seguir prefiriendo, 10 años después, al rival del Breve. Y la frase, en clave afirmativa, hubiera tenido sentido de tratarse de una pugna entre mi madre y yo por cuestiones disfrazatorias. Mi primer traje fue de princesa pero yo en la tienda preferí el de piloto de Motociclismo. Luego en el cole me vestí de ratón y de vaquero y ahí sí que disfruté con mi sombrero, mi chalequillo sin mangas y mis pistolas.
El rechazo a la figura del rey es una de las anécdotas más remotas de mi repertorio infantil. Como me la han contado, infinidad de veces, no estoy segura de acordarme por mí misma, tal otros recuerdos. Más que las imágenes en sí, que he reproducido ahora, se me quedó grabado el intento fallido de desquitarme del oneroso cargo. O de dudoso honor. Por eso, siempre digo que mi republicanismo afloró a edad bien temprana. El resto de la familia, cuya simpatía por la causa nunca fue acérrima, se ha convertido a un republicanismo pragmático que en los últimos tiempos, gracias a Felipe, insigne promotor de nuestra causa, linda con una clara antipatía.
En el juego infantil creado por mi hermana, la otra opción era ser la suegra. Ella siempre era la reina y me decía que yo era el rey. Nótese que mi hermana no decía el nombre, era yo, la que nominaba al susodicho pero dada la mala fama de las suegras (hasta que no tuve una, no vi la injusta fama), optaba por hacer el papel del rey, pelele en mano de mi hermana-reina que era la que mandaba. Por algo era la hermana mayor y cuando jugábamos a las compras yo tenía que ser Pepa la frutera y ella era la que venía a comprar. El rasgo freudiano de todas estas andanzas de mi infancia es que anteponía las ganas de juego a un minúsculo intento de rebelión. Eso sí, acudía al amparo de mi madre sabiendo que esta mediaría a favor mía, aunque eso sólo durara el trayecto de vuelta por el pasillo de casa hasta el cuarto de los juegos. Allí mi hermana andaba con el cetro y la corona -de papel maché- y yo, renacuajo de 6 años menos, me resignaba a mi destino.
Hoy, sabido por todos, es 14 de abril. Día para desear República en el saludo, para acariciar viejas banderas tricolores mientras suena en modernos altavoces de ordenador, el Himno de Riego.
Cuando yo aspiro a que haya una república en mi país, suelo caer en el eufemismo de no llamarla la tercera. Por algo tan simple y tan complejo a la vez de no compararla con su precedente. Como dice mi amigo J. "cuánto la quiero pero tan crítico debo ser con ella". Pero hay otra cuestión, y es presentar la república como un proyecto totalmente viable que no quede en mera fórmula política tapa-agujeros, presentándose como vieja sustituta remendona. El pasado, incambiable, ofrece soluciones que por desgracia pasamos por alto. Lo que no hicieron las generaciones de la Transición, queda adeudado para las venideras. En este punto, hago un inciso para referirme al derecho incuestionable que acoge a las víctimas de la dictadura franquista para buscar y enterrar dignamente a sus familiares. Y si es algo que practicaron, con acierto, países vecinos, merece la pena reflejarnos en ese ejemplo. Si nos sentimos protagonistas de nuestra historia y no meros ciudadanos cumplidores de leyes y pagadores de tributos, es menester que respondamos sí o no a lo que se nos impuso, la monarquía hereditaria.
Y si hablo de ese tipo de monarquía es porque rechazo la dualidad de figuras y opto por algo más simple como un Presidente de Gobierno que sea a su vez Jefe de Estado durante un máximo de 2 ó 3 mandatos. Aunque me inspiro claramente en EE.UU. y pongo un límite a la duración del gobierno, no estoy segura de optar sólo por dos legislaturas.
No obstante, por mucho que haya voces que años atrás no hubieran dicho ni pío aunque no sean los más indicados (Anasagastis y Peñafieles varios) y que se trate de esta cuestión tan decisiva con el jolgorio con que se baila un politono en Telecinco, y que periódicos como Público insistan en que los jóvenes, Ni-Ni incluidos, no se sienten monárquicos; me temo que la respuesta sería un SÍ. Y entonces ya los republicanos ni tendríamos ese sueño de "¿y si fuera posible?" Y nos tuviéramos que resignar a este destino.
Quién así gritaba toda desaforada, con las grandes coletas medio despeinadas, atravesando el ya de por sí largo pasillo de la casa, que se le antojaba más largo que la calle Torneo, con la voz próxima a la niña del Exorcista y que buscaba la impagable protección de la madre que estaba en el salón, viendo la tele o leyendo; era una niña que enarbolaba aquél grito para expeler la rabia que le provocaba tamaña injusticia. Quizá de tratarse de una novedad, hubiera obtenido algo más que una infructuosa sucesión de llantos lastimeros, consuelos intensos mas fugaces y una docilidad disfrazada en el anhelo de seguir participando. Sus posibilidades de tornar las reglas del juego eran bien ínfimas, pero en el fondo esperaba algo así.
Hablo de ello con conocimiento de causa. Viví los hechos y también me los contaron. Porque la niña, era yo.
Era yo la que no quería ser Juan Carlos que con mi lengua de trapo de 3 años unida, a mi particular bautizo de personajes (por aquella época el rubio de Hollywood no era otro sino Paúl Névan) o mi habilidad de adaptar lo que escuchaba por la tele en plan my way como hice con el barefoot hit eurovisivo cantando "Aquí, ¿quién maneja mi barca?"; quedaba convertido más en nombre de chucho (o de finca gerundense) que en ilustre monarca.
¿Y por qué diantres yo no quería ser Juan Carlos I?
En casa no había azules que me indujeran a seguir prefiriendo, 10 años después, al rival del Breve. Y la frase, en clave afirmativa, hubiera tenido sentido de tratarse de una pugna entre mi madre y yo por cuestiones disfrazatorias. Mi primer traje fue de princesa pero yo en la tienda preferí el de piloto de Motociclismo. Luego en el cole me vestí de ratón y de vaquero y ahí sí que disfruté con mi sombrero, mi chalequillo sin mangas y mis pistolas.
El rechazo a la figura del rey es una de las anécdotas más remotas de mi repertorio infantil. Como me la han contado, infinidad de veces, no estoy segura de acordarme por mí misma, tal otros recuerdos. Más que las imágenes en sí, que he reproducido ahora, se me quedó grabado el intento fallido de desquitarme del oneroso cargo. O de dudoso honor. Por eso, siempre digo que mi republicanismo afloró a edad bien temprana. El resto de la familia, cuya simpatía por la causa nunca fue acérrima, se ha convertido a un republicanismo pragmático que en los últimos tiempos, gracias a Felipe, insigne promotor de nuestra causa, linda con una clara antipatía.
En el juego infantil creado por mi hermana, la otra opción era ser la suegra. Ella siempre era la reina y me decía que yo era el rey. Nótese que mi hermana no decía el nombre, era yo, la que nominaba al susodicho pero dada la mala fama de las suegras (hasta que no tuve una, no vi la injusta fama), optaba por hacer el papel del rey, pelele en mano de mi hermana-reina que era la que mandaba. Por algo era la hermana mayor y cuando jugábamos a las compras yo tenía que ser Pepa la frutera y ella era la que venía a comprar. El rasgo freudiano de todas estas andanzas de mi infancia es que anteponía las ganas de juego a un minúsculo intento de rebelión. Eso sí, acudía al amparo de mi madre sabiendo que esta mediaría a favor mía, aunque eso sólo durara el trayecto de vuelta por el pasillo de casa hasta el cuarto de los juegos. Allí mi hermana andaba con el cetro y la corona -de papel maché- y yo, renacuajo de 6 años menos, me resignaba a mi destino.
Hoy, sabido por todos, es 14 de abril. Día para desear República en el saludo, para acariciar viejas banderas tricolores mientras suena en modernos altavoces de ordenador, el Himno de Riego.
Cuando yo aspiro a que haya una república en mi país, suelo caer en el eufemismo de no llamarla la tercera. Por algo tan simple y tan complejo a la vez de no compararla con su precedente. Como dice mi amigo J. "cuánto la quiero pero tan crítico debo ser con ella". Pero hay otra cuestión, y es presentar la república como un proyecto totalmente viable que no quede en mera fórmula política tapa-agujeros, presentándose como vieja sustituta remendona. El pasado, incambiable, ofrece soluciones que por desgracia pasamos por alto. Lo que no hicieron las generaciones de la Transición, queda adeudado para las venideras. En este punto, hago un inciso para referirme al derecho incuestionable que acoge a las víctimas de la dictadura franquista para buscar y enterrar dignamente a sus familiares. Y si es algo que practicaron, con acierto, países vecinos, merece la pena reflejarnos en ese ejemplo. Si nos sentimos protagonistas de nuestra historia y no meros ciudadanos cumplidores de leyes y pagadores de tributos, es menester que respondamos sí o no a lo que se nos impuso, la monarquía hereditaria.
Y si hablo de ese tipo de monarquía es porque rechazo la dualidad de figuras y opto por algo más simple como un Presidente de Gobierno que sea a su vez Jefe de Estado durante un máximo de 2 ó 3 mandatos. Aunque me inspiro claramente en EE.UU. y pongo un límite a la duración del gobierno, no estoy segura de optar sólo por dos legislaturas.
No obstante, por mucho que haya voces que años atrás no hubieran dicho ni pío aunque no sean los más indicados (Anasagastis y Peñafieles varios) y que se trate de esta cuestión tan decisiva con el jolgorio con que se baila un politono en Telecinco, y que periódicos como Público insistan en que los jóvenes, Ni-Ni incluidos, no se sienten monárquicos; me temo que la respuesta sería un SÍ. Y entonces ya los republicanos ni tendríamos ese sueño de "¿y si fuera posible?" Y nos tuviéramos que resignar a este destino.
6 Comments:
El rey que nunca quisimos.
Pero pienso fríamente, después del “ tito Paco” , ¿hubiese sido posible, instaurar la democracia, sin habernos metido poquito a poco, al " supositorio"?. Ese que tu no querías ser.
Pedro, más que poco a poco, utilizando una expresión de lo más friki, ¡zas, en toda la boca! nos lo metieron. El que iba a ser el breve estará en el trono hasta que la palme. Sólo espero que Leti siga allanando el camino.
Saludos.
zinquirilla, es curioso, lo de "no quiero ser rey" al principio lo había asociado con algo muy distinto... algunos de los borbones, debido a la mala costumbre que tenían sus antecesores de casarse entre primos, han nacido con ciertas limitaciones intelectuales. habrá sido toda una papeleta prepararles para ser reyes, o príncipes, o princesas, según el caso. probablemente no querían serlo, o no lograban entender lo que suponía...
lo malo de la república en españa es que tiene un tinte revolucionario y violento... por eso entiendo muy bien lo que dices de no llamar a una futura república la "III república" porque sonaría a repetir los mismos errores de las anteriores... y no hay que olvidar que hablamos del mismo régimen que existe en países civilizadísimos como suiza.
cuando fallezca el rey juan carlos, tenemos que estar preparados para todo, porque al príncipe felipe, yo desde luego no le veo de rey...
Chema, el título del post servía para despistar, jeje, de hecho es un post un tanto extraño o tan disperso como yo, porque cuando hablo de mi día a día aunque toque otros temas, suelo utilizar un tono más desanfadado pero aquí he empezado recordando mi infancia para hablar de cuestiones políticas actualísimas. Si te fijas, en las etiquetas he puesto las dos (en los post de mi día a día sólo aparece esa).
Lo que dices es muy acertado, Juan Carlos vive de las rentas de su 23F, pero Felipe que no se ha ganado el puesto de heredero.
¿Republicana entonces? Pues muy bien:)
En cuanto al inciso que haces sobre los muertos del franquismo, supongo que lo que apoyas es destapar y enterrar a todos los muertos de aquellos horrorosos años, los que murieron a manos de uno y de otro bando¿es así?
Un cordial salu2
Luisa
misideascotidianas, pues sí, casi nazco republicana :D. Nunca he sido monárquica aunque me guste estudiar la institución en su contexto histórico, esto es, en la Edad Media, que es donde debería haberse quedado. El fin del Antiguo Régimen debería haber significado la extinción de la misma.
Lo del inciso lo escribí sobre la marcha, iba a postear sobre el manido tema Garzón pero no tuve tiempo en el finde para el blog y me temo que ya esté casi desactualizado (en la Blogosfera, me refiero). Suscribo tus palabras pues todas las víctimas de la Guerra Civil merecen el mismo trato digno pero aún hay fallecidos en las cunetas. Si mi abuelo, en vez de fallecer plácidamente en su cama, lo hubiera hecho fusilado en un paredón sufriría como tantos familiares. El problema es que no hablamos de víctimas por igual, se sigue tildando de buenos y malos a unos y otros como si de un western se tratara. Un presidente tan torpe como el que padecemos no puede empezar un gobierno de forma tan sectaria y mezquina recordando una acción de su abuelo e ignorando el resto (para rizar el rizo, las góticas de sus hijas tienen que elegir entre el bisabuelo bueno de papá y el bisabuelo malo de mamá). Y con el tema de Garzón pues no entiendo que además de enjuiciar a Pinochet no lo hiciera con Castro quien por aquellas fechas aún no le había dejado la isla en herencia a su hermnao.
Soy republicana pero no añoro la III República. Como decía Chema, por qué no optamos por una república duradera y estable como la que goza Suiza.
Por cierto, me gusta tu nick, se parece a mi sección del blog.
Gracias por tu comentario y bienvenida a mi bog.
Saludos.
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