Este puente pasado estuve en Marruecos. Aproveché una conocida oferta para irme desde bien temprano del viernes y el resultado ha sido una desconexión absoluta de la abrumadora realidad. Tal vez la cortedad del viaje con tantos elementos añadidos en ese único contenedor y sobre todo el contraste de mundos cuya impresión siempre se adhiere en la retina, hayan convertido esos tres días en una pieza aislada del puzzle estival. Es raro en mí desconectar de esa forma.
Y más si cabe, el irme a un país como Marruecos. Por eso, en el bus mientras me acercaba a recoger a C en Cádiz me preguntaba lo típico de "¿qué hago yo aquí?", me sorprendía el hecho de estar tan entusiasmada ante ese destino (la iniciativa era incluso mía y de -me encanta esta última expresión, jeje- mi agencia) y me recreaba en "lo echá pa'lante" que es una. Aunque en cuanto a recelos iniciales no más diferente que el resto de compañeros de viaje como comprobé en la charla que mantuve de vuelta con "el dentudo".
El mundo musulmán, en general, despierta en mí un recuerdo histórico de lo que supuso Al Andalus y es contemplado con curiosidad cuando no con ignorancia supina en las personas que conviven en Sevilla u occidente en general. Pero nada más, nunca ha habido predilección por el mismo. No sé si el viaje está concebido de tal forma o es la simple catarsis que experimenta el viajero (o a la que aspira cuando se sumerge a observar y quiere aprender, por sí mismo, sin guías ni mercantilismos), la que ha provocado en mí que me gustara el viaje y que sienta simpatía por los lugareños.
La primera parte del viaje constaba de ese afán geográfico por perfilar el Estrecho de Gibraltar ante mis ojos y cruzarlo en ferry. Ya sé que es algo muy simple pero la novedad y mi entusiasmo lo adornaban con creces.
Y Ceuta es una ciudad muy curiosa conformada en una península que mira al Mediterráneo. El monte Hacho la corona una vez que atraviesas el foso de san Felipe que es la obra de ingeniería que construyeron los portugueses al fundarla en 1471 en el estrechísimo istmo para pasar de una parte a otra. Me gustaron las Murallas Reales, el paseo marítimo y las avenidas circundantes pero la ciudad estaba desierta en un día festivamente caluroso.
Los trámites fronterizos no sólo fueron interminables sino que están muy mal planificados (primero das toda la documentación que se lleva el guía y acaba subiendo un bigotudo policía marroquí) y apenas vi la famosa verja que cierra la ciudad. Me pregunté que harían con el mar y le preguntaba a C que cualquiera se escapaba nadando (reconozco que el ver tantas veces Éxodo me hacía ver aquello como un campo de refugiados). A la vuelta vi que había varios espigones artificiales además de los corredores para el paso peatonal que parecen pelín asfixiantes.
Nada más entrar en Marruecos aparecen los indicios del control gubernamental. Banderas, y más banderas agrupadas; apiñadas y distribuidas, ondeando con toda su largura a modo de tapiz de lo que se ve a ojos del viajero. A C le hizo gracia mi expresión de "vamos a sentir la presencia del rey". Quedaba muy a lo Darth Vader pero como lectora de ¡Hola! conocía perfectamente a la familia alauí. Pero efectivamente, luego en edificios, casas y hoteles, veríamos repartido en única pose a Muhammad VI. Lo que no sabía era el absoluto abandono que el norte del Rif había sufrido por el gobierno durante décadas. Por esa zona me he movido. He visitado Tetuán, Tánger y Chefchaouen.
Y más si cabe, el irme a un país como Marruecos. Por eso, en el bus mientras me acercaba a recoger a C en Cádiz me preguntaba lo típico de "¿qué hago yo aquí?", me sorprendía el hecho de estar tan entusiasmada ante ese destino (la iniciativa era incluso mía y de -me encanta esta última expresión, jeje- mi agencia) y me recreaba en "lo echá pa'lante" que es una. Aunque en cuanto a recelos iniciales no más diferente que el resto de compañeros de viaje como comprobé en la charla que mantuve de vuelta con "el dentudo".
El mundo musulmán, en general, despierta en mí un recuerdo histórico de lo que supuso Al Andalus y es contemplado con curiosidad cuando no con ignorancia supina en las personas que conviven en Sevilla u occidente en general. Pero nada más, nunca ha habido predilección por el mismo. No sé si el viaje está concebido de tal forma o es la simple catarsis que experimenta el viajero (o a la que aspira cuando se sumerge a observar y quiere aprender, por sí mismo, sin guías ni mercantilismos), la que ha provocado en mí que me gustara el viaje y que sienta simpatía por los lugareños.
La primera parte del viaje constaba de ese afán geográfico por perfilar el Estrecho de Gibraltar ante mis ojos y cruzarlo en ferry. Ya sé que es algo muy simple pero la novedad y mi entusiasmo lo adornaban con creces.
Y Ceuta es una ciudad muy curiosa conformada en una península que mira al Mediterráneo. El monte Hacho la corona una vez que atraviesas el foso de san Felipe que es la obra de ingeniería que construyeron los portugueses al fundarla en 1471 en el estrechísimo istmo para pasar de una parte a otra. Me gustaron las Murallas Reales, el paseo marítimo y las avenidas circundantes pero la ciudad estaba desierta en un día festivamente caluroso.
Los trámites fronterizos no sólo fueron interminables sino que están muy mal planificados (primero das toda la documentación que se lleva el guía y acaba subiendo un bigotudo policía marroquí) y apenas vi la famosa verja que cierra la ciudad. Me pregunté que harían con el mar y le preguntaba a C que cualquiera se escapaba nadando (reconozco que el ver tantas veces Éxodo me hacía ver aquello como un campo de refugiados). A la vuelta vi que había varios espigones artificiales además de los corredores para el paso peatonal que parecen pelín asfixiantes.
Nada más entrar en Marruecos aparecen los indicios del control gubernamental. Banderas, y más banderas agrupadas; apiñadas y distribuidas, ondeando con toda su largura a modo de tapiz de lo que se ve a ojos del viajero. A C le hizo gracia mi expresión de "vamos a sentir la presencia del rey". Quedaba muy a lo Darth Vader pero como lectora de ¡Hola! conocía perfectamente a la familia alauí. Pero efectivamente, luego en edificios, casas y hoteles, veríamos repartido en única pose a Muhammad VI. Lo que no sabía era el absoluto abandono que el norte del Rif había sufrido por el gobierno durante décadas. Por esa zona me he movido. He visitado Tetuán, Tánger y Chefchaouen.
En conjunto una piensa que Marruecos se encuentra o bien en el último escalón tercenmundista o en el primero de países en vías de desarrollo. No acierto a situar qué etapa de la España contemporánea se le asemeja. Obviamente aquello no es el África subsahariana, una tan peliculera creía que habría baraúndas de niños por las calles tras los turistas. Pobres en la calle pidiendo no hay pero más que pobreza hay un atraso y una ignorancia endémica de siglos. O no tan lejano. Yo creo que en Andalucía han vivido así hasta hace poco.
En Tetuán nos adentramos con un guía local por la Medina y lo primero que pensé es la de veces que había protestado a mis padres el ir a la plaza de Sanlúcar. "Un inspector de Sanidad mandaba" refunfuñba ante los puestos de camarones mientras apartaba moscas y evitaba charcos. Pues allí me encontraba yo entre cientos de puestos de pescados, especias y artesanos. He visto modistos cortando telas, ebanistas puliendo maderas, muchos gatos merodeando (algunos ponían su patita junto al pescado y nos asombrábamos de que no lo robara) pues el perro es un animal impuro para el Islam. No hay neveras y se amontonan los yogures y los dulces donde reposan avispas, hay bastante marcas españolas pero de un sólo producto: sólo hay Sunsilks o Júver, varios carteles oxidados de La vaca que ríe y muchos descoloridos de CocaCola con el lema en francés.
En la medina y en el campo con burros portando grandes fardos hay muchos ancianos. Muchos jóvenes y hombres están sentado en las plazas. Que es un país de desocupados, piensa uno enseguida, y luego descubre que llevan herramientas de albañilería o botes de pintura, esperando que alguien le encargue algo. Miran el bus pasar y nosotros les miramos a ellos. Curiosidad y suspicacia recíproca. La sensación de que ellos nos vean como ricos es incómoda. Te sonríen y se alegran de que seamos españoles y me pregunto si es un pueblo hospitalario u obsequioso. Algunos se sorprenden al oírme decir "la shukran" (no, gracias). Por cierto, tuve un pequeño acceso de irritación en la medina de Tánger ante tantos vendedores. Aquellos objetos colgantes ante mis ojos, las manos extendidas, el repetir una y otra vez la expresión meneando la cabeza me recordaban a la escena de Sebastian de De repente el último verano. También me irritó el no poder visitar una la Gran Mezquita y que no tuviera tiempo de acercarme al puerto. Y la parsimonia de C soliviantaba aún más la situación.
Aún así pudimos acercarnos al Consulado de los Estados Unidos, que es el primero que abrieron en el mundo, en 1821. Nos guió un marroquí quien se quedó descontento con los 60 céntimos que le di por mucho "euro es bueno" que le dijera. Y por mucho que C y yo preguntáramos en francés e inglés, el portero del edificio sólo nos entendió en español. Luego pudimos ver el Hotel Intercontinental y los viejos edificios que dan al mar. Me decepcionó un poquillo el escaso vestigio de ciudad internacional. Ya te avisan las guías de olvidarse de la película al visitar Casablanca; pues lo mismo debían decir de Tánger. No busquen cafés con europeos con trajes de lino abanicándose, ni mujeres americanas fumando. Eso sí, la medina me pareció tan llena de topicazos que en cualquier momento esperaba ver a Indy por allí. No me atreví a expresar en voz alta mi peliculera impresión pero fue C quién lo hizo. Y cuando me senté en el vadén de la frontera mientras caía la tarde de vuelta, no esperaba sino anhelaba ver algo fuera de lo normal: alguien escaparse, no sé, una persecución.
Dejemos la imaginación y hablemos del país. De una tierra hermana de la península. Proceden de una misma formación geológica que se denota sobre todo en las estribaciones del Rif. La zona próxima a la costa no es tan seca como se piensa aunque la sensación de abandono por la escasez extrema de cultivos y la sensación de sequedad por las pequeñas riberas de los ríos, están muy presentes.
Chefchauen es sin duda un pueblo muy pintoresco. Para muchos habrá sido lo más bonito del viaje porque sus montañas son semejantes a la sierra de Grazalema e incluso hay pinsapos. Fue fundado por el emir Sidi Ali Ben Rachid que se enamoró de Zhora, una muchacha de Vejer de la Frontera (Cádiz), quién acabó siendo su gobernadora. El celeste de las paredes y el turquesa de las puertas, colores sagrados por la primitiva comunidad judía, conforman las casas de la Medina. Su alcázar del siglo XVII donde parece que estuvo el caudillo Abd-el-Krim, bien conservado y bastante amplio, es una visita que por fortuna descubrimos.
Sí, me ha gustado Marruecos, ¡y encima me he montado en dromedario!
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