En un paraje escocés, un viejo labrador paseaba por los páramos al atardecer. Cuando se detuvo para alumbrar su pipa, le pareció oir un aullido, diríase que parecido al batir de alas del lagópodo nativo. Pero al tercer chillido pudo distinguir una petición de socorro. No había dudas de que se trataba de algún joven incauto, quizá un niño, que se había arriesgado a pasear por los riscos que bordeaban los pantanos de aquellas umbrosas tierras. El viejo echó a correr con más ímpetu en el ánimo que en sus debilitadas piernas.
Cuando llegó al lugar del grito, no pudo dejar de esbozar una sonrisa cuando en medio del fango distinguió un penacho que coronaba un estrafalario sombrero que, a modo tirolés, llevaba un mozalbete. Por fortuna, no se había adentrado mucho ni se encontraba en la zona más peligrosa del pantano. Le pidió al joven que se calmara el cual obedeció ipso facto en cuanto había comprobado con asombro que otra alma deambulaba por aquellos solitarios parajes. Gracias a una soga que el labrador llevaba encima y que pudo atar a un recio árbol, el joven pudo salir. Su acento y sobre todo sus distinguidos ademanes le indicaron pronto que no era de la región. Las ricas prendas que apenas asomaban bajo el fango y las briznas delataban su noble procedencia. El joven pronto recuperó la compostura y preguntó el camino a casa pero en ese intervalo de tiempo la noche estaba próxima a cerrar el día por lo que el labrador le ofreció su casa.
Al día siguiente, un imponente carruaje sobresalía del camino que conducía a la granja. Todos los de la casa salieron al ruido de las ruedas, multiplicado por los alaridos de ocho rapaces y los ladridos de los perros, estupefactos y asustados a partes iguales ante aquella mole gris que casi parecía engullir la humilde casa. El cochero, impecablemente uniformado, abrió la portezuela. Del interior se oyó una trabajosa respiración, asomó una masa de carne en forma de manaza que al apoyarse en la madera dejó a la vista una gruesa piedra rojiza y un puro a medio encender. El séptimo duque de Marlborough presentaba un rostro abotargado y unas hechuras apenas contenidas en el buen paño de lana de su traje.
Padre e hijo se fundieron en un abrazo y cuando el duque vio que el joven no presentaba ninguna secuela, se dirigió al labrador.
- Le agradezco que ayer salvara la vida a mi hijo. Sé que lo hizo por ser un buen hombre, pero acepte este pequeño regalo.
La abultada bolsa de seda permitía alumbrar que el dinero sería una buena vejez para el viejo y su numerosa prole, pero no era la primera vez que socorría a alguien del pantano, ni sería la última. Aceptar aquél dinero era poner precio a su desinteresada ayuda.
- No puedo aceptarlo. En realidad no hice nada, su hijo es bien fuerte y hubiera salido igual sin mi ayuda.
Si grande era el parecido entre el duque y su hijo, tampoco desmerecía la sucesión genética entre el labrador y su primogénito.
- ¿Es ese su hijo mayor?
- Así es, este es Alexander.
El joven espigado, a sus catorce años, tenía la misma mirada límpida de su padre y no se dejaba amilanar por el carruaje ni la presencia del duque y su hijo, el cual ya contaba con veintiún años.
- Estoy seguro de que le gustaría que su hijo pudiera continuar sus estudios. Permítame entonces corresponder con él, estoy seguro de que será un hombre de provecho como su padre.
El hijo del granjero, Alexander Fleming, recibió la misma formación académica que el hijo del duque, Winston Churchill. Así fue como el primero pudo estudiar Medicina, que era lo que siempre había soñado yos después, logró un importantísimo descubrimiento científico, la penicilina, la cual fue suministrada al militar salvándole la vida por vez.. segunda.
Esta historia es pura ficción. En los años 50 apareció en una colección de cuentos salvíficos de una escuela norteamericana pero fue desmentida por los biógrafos de los afamados protagonistas. En la actualidad, el efecto multiplicador de Internet difunde aún más esta historia hasta el punto de encontrármela en un examen de inglés de Selectividad.
La forma en que he presentado la historia y a los protagonistas también es completamente ficticia. He fabulado cada una de las frases que la componen, para distinguirla precisamente de lo que circula.
Cuando llegó al lugar del grito, no pudo dejar de esbozar una sonrisa cuando en medio del fango distinguió un penacho que coronaba un estrafalario sombrero que, a modo tirolés, llevaba un mozalbete. Por fortuna, no se había adentrado mucho ni se encontraba en la zona más peligrosa del pantano. Le pidió al joven que se calmara el cual obedeció ipso facto en cuanto había comprobado con asombro que otra alma deambulaba por aquellos solitarios parajes. Gracias a una soga que el labrador llevaba encima y que pudo atar a un recio árbol, el joven pudo salir. Su acento y sobre todo sus distinguidos ademanes le indicaron pronto que no era de la región. Las ricas prendas que apenas asomaban bajo el fango y las briznas delataban su noble procedencia. El joven pronto recuperó la compostura y preguntó el camino a casa pero en ese intervalo de tiempo la noche estaba próxima a cerrar el día por lo que el labrador le ofreció su casa.
Al día siguiente, un imponente carruaje sobresalía del camino que conducía a la granja. Todos los de la casa salieron al ruido de las ruedas, multiplicado por los alaridos de ocho rapaces y los ladridos de los perros, estupefactos y asustados a partes iguales ante aquella mole gris que casi parecía engullir la humilde casa. El cochero, impecablemente uniformado, abrió la portezuela. Del interior se oyó una trabajosa respiración, asomó una masa de carne en forma de manaza que al apoyarse en la madera dejó a la vista una gruesa piedra rojiza y un puro a medio encender. El séptimo duque de Marlborough presentaba un rostro abotargado y unas hechuras apenas contenidas en el buen paño de lana de su traje.
Padre e hijo se fundieron en un abrazo y cuando el duque vio que el joven no presentaba ninguna secuela, se dirigió al labrador.
- Le agradezco que ayer salvara la vida a mi hijo. Sé que lo hizo por ser un buen hombre, pero acepte este pequeño regalo.
La abultada bolsa de seda permitía alumbrar que el dinero sería una buena vejez para el viejo y su numerosa prole, pero no era la primera vez que socorría a alguien del pantano, ni sería la última. Aceptar aquél dinero era poner precio a su desinteresada ayuda.
- No puedo aceptarlo. En realidad no hice nada, su hijo es bien fuerte y hubiera salido igual sin mi ayuda.
Si grande era el parecido entre el duque y su hijo, tampoco desmerecía la sucesión genética entre el labrador y su primogénito.
- ¿Es ese su hijo mayor?
- Así es, este es Alexander.
El joven espigado, a sus catorce años, tenía la misma mirada límpida de su padre y no se dejaba amilanar por el carruaje ni la presencia del duque y su hijo, el cual ya contaba con veintiún años.
- Estoy seguro de que le gustaría que su hijo pudiera continuar sus estudios. Permítame entonces corresponder con él, estoy seguro de que será un hombre de provecho como su padre.
El hijo del granjero, Alexander Fleming, recibió la misma formación académica que el hijo del duque, Winston Churchill. Así fue como el primero pudo estudiar Medicina, que era lo que siempre había soñado yos después, logró un importantísimo descubrimiento científico, la penicilina, la cual fue suministrada al militar salvándole la vida por vez.. segunda.
Esta historia es pura ficción. En los años 50 apareció en una colección de cuentos salvíficos de una escuela norteamericana pero fue desmentida por los biógrafos de los afamados protagonistas. En la actualidad, el efecto multiplicador de Internet difunde aún más esta historia hasta el punto de encontrármela en un examen de inglés de Selectividad.
La forma en que he presentado la historia y a los protagonistas también es completamente ficticia. He fabulado cada una de las frases que la componen, para distinguirla precisamente de lo que circula.